AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO
Y ahora estaba allí, solo entre los riscos, en un lugar en medio de ninguna parte, esperando el que suponía último episodio de esta historia que le atormentaba desde hacía años. Las provisiones se le habían acabado y se alimentaba de las escasas hierbas y raíces que crecían en aquel inhóspito paraje. Ante el temor de hacer fuego para no delatar su presencia tuvo que comerse crudos dos lagartos que cazó y pasar las noches arrebujado en una zanja que hizo en el cobertizo para protegerse del frío intenso. El fuerte vendaval que azotaba constantemente aquel otero ululaba en sus oídos como agoreros cantos de sirena que le advertían del peligro inminente que iba a afrontar. Estaba a punto de enloquecer y sólo el recuerdo de los hechos que le habían llevado hasta allí le mantenía cuerdo y alerta...
A su vuelta de Sevilla habían pasado largos meses sin noticias de su amada. Sospechaba que Don Lope había sabido de su presencia en la ciudad y había mandado a sus lacayos para que le vigilaran. Estos, al ver que Doña Teresita le había entregado el anillo, se lo habían arrebatado. Pero ¿por qué lo habían dejado con vida? Tal vez no se atrevieron a matarlo a la espera de órdenes de su amo. Tras la detención por los soldados también creyó ver la alargada mano de Don Lope que así, cobardemente, podría hacer que fuera la ley la que lo castigara sin mancharse las manos. Muchas preguntas sin respuesta que lo tenían en un sin vivir continuo.
A través de sus antiguos compañeros del Juan de Garay, que seguían haciendo la ruta de Sevilla, supo que Don Lope había jurado ante el Jesús del Gran Poder que lo había de matar, tras su evasión de la Torre del Oro. Había ofrecido una cuantiosa recompensa a quien le llevara su cabeza. Pero también andaba detrás de un anillo que, según él, Floyd le había robado a su hermana durante su estancia en Sevilla y eso quería decir que no lo tenía y que los rufianes que se lo robaron estarían deseando deshacerse de él. Una luz de esperanza iluminó al Negro que a estas alturas sólo quería recuperar el anillo que con tanto amor le había entregado Doña Teresita. Ir a Sevilla personalmente a por él sería como meterse en las fauces del lobo porque en su terreno no tenía ninguna posibilidad de desafiar el poder de Don Lope. Así que acordó con Mano de Sable y Jhon Chapeta, dos de sus más fieles y aguerridos camaradas del Juan de Garay, que le conseguirían el anillo a cambio de cien doblones de oro. Dos meses más tarde le hicieron saber que lo tenían y que se lo entregarían en la bodega del Buey Dorado. De lo que pasó en esa cita y a partir de ella ya se tienen noticias en esta historia.
Floyd sabía ya que ni un océano de por medio iba a impedir a Don Lope intentar tomarse la venganza que le había juramentado. Mano de Sable y el Chapeta podrían atestiguarlo si no estuvieran descomponiéndose lánguidamente en aquel sótano...
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