17 de marzo de 2010

SEVILLA, LUCES Y SOMBRAS


Un luminoso fin de semana de marzo ha acogido en Sevilla el V Encuentro Nacional de Orientación. Unos 500 profesionales hemos acudido a este evento desde toda España evidenciando el interés de esta ya consolidada cita de orientadores y orientadoras. Como siempre, junto a la maletita propia de un viaje corto pero intenso, hemos cargado con la ilusión de conocer nuevos compañeros y (re)conocer a aquellos encontrados en pasadas ediciones. También hemos echado en un bolsillo interior el deseo de aprender y compartir con ellos experiencias pasadas y proyectos de futuro.

Por delante debe ir la felicitación a los compañeros de Fapoan, organizadores del Encuentro, por el impecable trabajo organizativo realizado y sobre todo por la calidez humana de su acogida que ha estado a la altura de la fama de la ciudad anfitriona, que ya es estar. Han sido una de las luces de este Encuentro junto con la luz y el sol sevillanos que según Pepe Martín, presidente del comité organizador, ya habían sido “gestionados” por la organización en las instancias pertinentes desde el mismo momento de hacerse cargo del evento.

El completo programa de actividades se ha desarrollado con normalidad y aprovechamiento y paso a hacer un breve recorrido por las más desatacadas.

La parte más teórica ha corrido a cargo de tres conferenciantes sobradamente conocidos en los ámbitos de la psicopedagogía y la orientación.

D. Miguel Ángel Santos Guerra encantó como suele al auditorio con su habitual menú de saber pedagógico y compromiso ético como platos fuertes aderezados con la salsa de sus divertidas anécdotas y vivencias personales y todo ello presentado (emplatado que se dice ahora) con el toque cálido y humano de su acreditada capacidad comunicativa.

D. José Ramón Flecha volvió a fustigar al auditorio con los inapelables e inescrutables argumentos de la CCI (Comunidad Científica Internacional), de la que él parece ser único y genuino portavoz. La actitud prepotente y excluyente del señor Flecha ante todo lo que no sea estrictamente su idea de la excelencia pedagógica llega a hacernos sentir como seres ignorantes e indignos de formar parte del Parnaso de la CCI donde radica toda luz y verdad. El no dominar el inglés, residir en el Sur y tener algunas ideas propias y divergentes de las suyas nos aleja irremediablemente de ese soñado Edén pedagógico en el que él y unos pocos elegidos residen. Y lo curioso es que según los datos del ponente son 60 los centros en los que funcionan las Comunidades de Aprendizaje en toda España y según los datos del MEC son 14345 los centros públicos de Primaria y Secundaria en nuestro territorio. Conclusión, en ese Edén reside un 0,41 % de los centros del Estado Español, mientras que el 99,59 % restante está (estamos) lastimosamente equivocados y condenados a vagar en las tinieblas. Datos avalados por la CCMI (Comunidad Científico Matemática Internacional)

Dña. Ana Freixas expuso una visión creo que ya afortunadamente periclitada de feminismo rancio y poco acorde con la realidad social y educativa actual. Esa concepción revanchista y excluyente de la lucha por la igualdad de género choca con la idea de construcción compartida y solidaria de un nuevo concepto de persona en el que participan activamente ambos sexos sobre principios democráticos de no discriminación y de mérito.

El Programa científico se completó con cuatro mesas redondas sobre temas de gran interés y actualidad para la orientación en las que como es casi habitual e inevitable faltó tiempo para el debate con los asistentes, tal vez por el excesivo número de ponentes en alguna de ellas. Las mesas versaron sobre competencias básicas, convivencia, sociedad y orientación y el orientador como agente de cambio. Asimismo se expusieron a lo largo de la tarde del sábado algunas de las 70 comunicaciones presentadas.

Un Programa como se puede apreciar denso e intenso al que cabe hacer algunas apreciaciones críticas que caen en la zona de sombra. Parece excesivo ocupar casi un 40 % del tiempo dedicado a contenidos científicos con conferencias de carácter teórico y metodología cuasi meramente transmisiva con independencia del mayor o menor interés de sus temáticas o autores. En una actividad que se denomina Encuentro se deberían primar estrategias más participativas que facilitaran el intercambio de experiencias a nivel horizontal entre los participantes y que hubieran posibilitado por ejemplo la exposición de todas las comunicaciones.

Pero volvamos a la zona de luz, que supera con creces a las sombras descritas. Y en ella encontramos el Programa lúdico que nos permitió sentir la emoción estética que provocan la cultura y el arte que inundan las calles y monumentos de Sevilla, explicados por cicerones de excepción en los Reales Alcázares. También nos permitió disfrutar de una visión humorística y socarrona sobre la orientación en el mismo salón de actos que de paso nos descubrió algunos talentos interpretativos entre nuestros compañeros y compañeras. El paseo por el Guadalquivir y la posterior ruta de tapeo y bailoteo (budista, eso sí) facilitó el contacto humano entre los asistentes al Encuentro que adquiría así su pleno significado.

En resumen disfrutamos de tres jornadas llenas de actividad y convivencia en torno a nuestra realidad profesional y personal. Como en todo lo humano hubo las luces y sombras que han quedado expuestas. Sin duda aprenderemos de ambas para futuros Encuentros. Sólo felicitar una vez más a la Organización y emplazarnos a todos a Bilbao 2012 con el deseo de que gocemos allí de unas jornadas que se desarrollen por fin en medio de la PAZ tan largamente deseada para aquellas queridas tierras.

4 de enero de 2010

19 de mayo de 2008

A PÉREZ REVERTE, SEÑOR DEL INSULTO Y LA ALGARADA

Sr. Pérez Reverte:

En respuesta a sus escritos acerca de la educación en nuestro país querría, a título individual como psicopedagogo, hacerle algunas consideraciones.

A pesar de que mi admiración por Ud. como novelista no ha decrecido un ápice a raíz de sus manifestaciones sí es cierto que con ellas me ha decepcionado profundamente como analista de la realidad educativa y como persona. También me han llevado a intentar entenderlas a la luz de la psicopedagogía que Ud. tanto desprecia

Y he encontrado que una conducta infantil muy habitual es la de utilizar gritos, varraqueos, improperios o insultos como forma de conseguir lo que se busca que normalmente es el refuerzo de la atención de la madre, la maestra o el grupo. Ello es debido a que a esa edad algunos niños carecen de otras formas más “civilizadas” de conseguir esa atención, básicamente a una falta de educación. No sé si a Ud. le suena de algo esta cuestión pero a mí me ha recordado mucho a su artículo. Normalmente se recomienda el ignorar estas conductas ya que reprimirlas no hace sino reforzar lo que busca el niño. En su caso creo que procede una respuesta, sin que sirva de precedente.

Desconozco si el refuerzo que Ud. pretende es conseguir notoriedad emulando a ilustres predecesores en esta función de azote de la sociedad como Valle- Inclán o Cela o si quiere organizar su particular 2 de mayo ya que el próximo centenario del evento y con él la posibilidad de seguir chupando del bote le queda algo lejana. En cualquier caso el improperio y la descalificación gratuita no pueden ocultar su absoluta ignorancia sobre el tema aunque su mayor necedad es creer que gritando más se carga de razón. Es muy difícil responder con argumentos siquiera racionales (ya que no admite los científicos) a quien sólo utiliza exabruptos viscerales, datos gratuitos y la autoridad académica de un ”compadre” de barra de taberna de profesión catedrático, eso sí, que recuerda al primo de Rajoy. Sería como intentar explicar a un bulldog que te está ladrando furibundo a la puerta de una casa que tienes cita con el dueño y te deje llamar a la puerta.

El llamar delincuente, tonto, capullo y gilipollas a un colectivo califica más a quien lo dice que a quien va dirigido. Ni siquiera su loable intento de despertar a “los ciudadanos aborregados, acríticos, ejemplarmente receptivos a la demagogia barata” (sólo a la barata, claro, no a la suya que es de pedigrí) usando un lenguaje llano y del pueblo justifica esas injurias. La añoranza de “cuando, en el cole, nos disponían alrededor del aula para leer en voz alta el Quijote y otros textos, pasando a los primeros puestos quienes mejor leían” resulta enternecedora y muestra hasta qué punto Ud. se ha quedado anclado en el siglo de Oro de tanto escribir sobre él. Y hasta qué punto la “sana” competitividad que despertaron en Ud. esas prácticas ha degenerado en actitudes chulescas, prepotentes y ofensivas.

Desengáñese, maese Pérez/ Alatriste, que nadie le ha pedido que ponga su pluma/espada al servicio del Imperio, que ya no hay patrias que salvar ni molinos a quien vencer. Sólo quedamos gente normal (eso sí, de este siglo) que procura respetarse y mejorar cada día, sin creer en las verdades absolutas y que intenta hablar sólo de aquello que entiende porque se ha dedicado a ello muchos años con esfuerzo y dedicación. Si todos hiciéramos lo mismo Ud. llamaría nuestra atención con su florida prosa de ficción novelesca y no necesitaría hacerlo con libelos vociferantes sobre temas que le sobrepasan. No sé qué datos ha manejado cuando habla de los que defienden “que leer en clase no es pedagógico” (serán de su compadre el catedrático), pero le puedo asegurar que nadie de mi oficio defiende eso. Y la mejor prueba es que, yo al menos, seguiré recomendando a padres, profes y alumnos que lean libros, no por pasar a los mejores puestos, sino por disfrutar de la buena literatura, incluida la suya.
Esta es una respuesta a un artículo de Pérez Reverte que podéis encontrar en este enlace
Se autoriza (y se ruega) a los lectores a dar toda la publicidad posible a esta carta.

16 de marzo de 2008

REPERCUSIÓN MEDIÁTICA DE MIS VIAJES

He aquí una simpática herramienta para darse un poco de lustre al ego que también se lo merece en pobre para otras veces que lo castigamos más de lo debido.

¡¡¡¡Ole, yo!!!!

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15 de febrero de 2008

EL EDUCADOR DESEDUCADO

La imagen no tiene que ver
con la noticia pero en época
electoral, ya se sabe...


Son 16,30 del miércoles 6 de febrero en algún lugar de la costa malagueña. Casi 200 profesionales han sacado tiempo después de su jornada laboral para asistir a unas charlas de divulgación que creen interesantes para su formación y esperan expectantes en un salón de actos. 45 minutos después, a las 17,15 se presentan los ponentes y sin más comienzan el acto. Cualquier persona mínimamente sensible se extrañaría de este comportamiento y hablaría de falta de educación por la impuntualidad o por la ausencia de explicaciones o disculpas si esta ha sido por causa mayor. Pero cuando ya quedarían perplejos es al saber que los ponentes son los máximos responsables provincial y autonómico de la Educación en nuestra Comunidad.
No por repetido y casi habitual deja de sorprender el hecho de que a partir de cierto nivel de representación política sus personajes se crean con el derecho de faltar al respeto debido a las personas a las cuales dicen servir. No duele tanto la tardanza que puede ser debida al tráfico, la “agenda” o el simple hábito de hacerse esperar, cuanto que no vean digno al auditorio de ofrecerle la justificación o disculpas pertinentes cuando le han hecho perder el tiempo tan miserablemente .
Al tufillo a arrogancia y prepotencia se une la falta absoluta de urbanidad, esa hermana pequeña de la educación, ese 3 en 1 de las relaciones sociales tan ausente como añorada hoy día. Y esto es más sangrante cuando se trata de responsables del área de Educación que deberían tener más claro el principio de pedagogía ética y política que debe impregnar la actuación de todo cargo público. No es de extrañar que después de este comportamiento todos los grandes principios educativos que se enumeraron a continuación nos sonaran a música celestial.

5 de noviembre de 2007

GUARDA GITANO



El curioso anuncio que ilustra esta entrada lo he encontrado en una obra de la calle Antonio López de Madrid en mi último viaje a la capital. Ante el temor de no ser creído, por lo insólito del caso, he decidido dejar constancia gráfica del mismo aún a riesgo de parecer un paleto provinciano a ojos de los lugareños que me vieran tomando fotos de una vulgar obra. Porque además, hechas las oportunas averiguaciones, parece habitual que este cartel se vea en muchos tajos de la ciudad.

Y sí, habéis leído bien. El cartel, de confección rudimentaria y aspecto más que cutre, advierte al lector de que la obra está guardada por una persona de etnia gitana. O mejor, para apearnos desde ya de este lenguaje melindroso y políticamente correcto y emular la contundencia del mensaje encartelado, por un gitano. Es como si, salvando las distancias, se anunciara: Hay perro… Pitbull

Una vez repuestos de la primera impresión tratemos de racionalizar el asunto. Parece claro que la intención es la de calificar (y cualificar) al guarda con un plus de fiereza que disuada a los posibles asaltantes más de lo que lo haría la simple presencia de un guarda, sin más. La apelación a la raza es lo que hace chirriar nuestros esquemas de gente progresista, integradora y contraria a la segregación de grupos sociales por razón de su sexo, edad, raza o religión y bla, bla, bla… Pero si vamos un poco más allá en el análisis veremos que el cartel ha sido colocado en esos términos si no por iniciativa sí con la benevolencia del guarda gitano. Y de ello se deduce que lo que para nosotros es una intolerable muestra de discriminación por la raza para el afectado representa posiblemente una ventaja a la hora de ser contratado y lo que para nosotros perpetúa el estereotipo y la marginalidad a él le ayuda en su trabajo al servirle de arma preventiva ante posibles ataques. ¿No está utilizando acaso el mismo recurso que las grandes compañías de seguridad que anuncian con carácter disuasorio cámaras inteligentes, conexiones a la policía etc…? Sólo que ante la carencia de esta panoplia tecnológica nuestro segurata utiliza lo que tiene más a mano, o sea el tópico del gitano como tipo farruco y atrevido cuando no violento y sanguinario. Tópico que por cierto ha contribuido a establecer con sus Antoñitos Camborios y sus reyertas a la luz de la luna ese icono de la izquierda ética y estética que fue García Lorca.

Y este caso anecdótico, folclórico y propio de la España profunda me lleva a considerar con cuanta facilidad los miembros de la sociedad biempensante nos escandalizamos ante hechos que se quedan en la paja del problema y no ante el grano y meollo de la cuestión. Y cómo agitamos en ciertos colectivos agravios y fantasmas que sólo lo son desde nuestra óptica sin tener en cuenta la realidad más prosaica y acuciante en que se mueven en el día a día. Como aquella polémica de hace unos meses en que una persona de baja estatura (un enano, vamos) reprochaba amargamente a un biempensante (tertuliano para más INRI) que había perdido trabajos como actor desde que el citado adalid de la igualdad había iniciado una cruzada contra la utilización de enanos en ciertos programas que supuestamente explotaban su imagen de forma denigrante. Cuando según el actor lo verdaderamente denigrante es no poder ejercer tu profesión para ganarte la vida como cualquier persona. Como debe pensar nuestro aguerrido guarda gitano, al que poco importa nuestra verborrea de igualdad y fraternidad si consigue un trabajo digno con el que sostener a los suyos.

El rechazo social a los diferentes, en un caso por su imagen personal y en otro por su origen étnico, es lo que nos debería escandalizar y no que los afectados puedan aprovechar esta diferencia para sobrevivir en un mundo hipócrita, hostil y poco tolerante.


2 de noviembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS y IX

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO


Desde allí la posada parecía estar tranquila. Los sicarios deberían estar esperando noticias del escocés, al que aún suponían embaucándole a él. Se acercó con precaución a la puerta de entrada y al franquearla vio la misma escena de antes con los mismos personajes. Se confió al ver que no faltaba ninguno de los supuestos sayones y avanzó hacia el interior. En ese momento un silletazo en la espalda le hizo caer. Desde el suelo, aún aturdido, vio avanzar hacía sí cuatro pares de botas amenazantes. Quiso echar mano del pistolete que llevaba a la cintura pero el pie del que estaba detrás le aplastó la mano sobre la tarima. Cuando ya se creía perdido entrevió otros dos pares de botas muy grandes que corrían detrás de las que iban a finiquitarlo. “Por fin aparecen”, pensó. Antes de lo que se tarda en decirlo los Cara de Plata habían dado cuenta de dos de los sicarios hundiendo sus facas en sus costillas y se enfrentaban a los otros dos en una reyerta a espada. Aprovechando la sorpresa, Floyd había empuñado con su mano libre el estilete de Masteroy y lo había clavado en la pierna que le sujetaba. Al liberarse de ella, rodó sobre sí mismo y se incorporó sacando al tiempo su espada. El sicario herido aún trataba de sacarse el estilete cuando Floyd le abrió la cabeza de una tajadura certera. Pete y Garfield tenían arrinconados a los otros dos sayones. Cuando el Negro llegó en su ayuda ya uno de ellos yacía en el suelo con un profundo tajo en el vientre y las tripas fuera. El otro, viéndose perdido, saltó por una de las ventanas y salió al exterior. Floyd lo siguió mientras los Cara de Plata corrían hacia la puerta para darle alcance. Ya en el centro de la explanada los tres consiguieron acorralar al rufián que, aterrorizado, soltó la espada y se arrodilló ante ellos esperando el fin. Floyd se percató del bolsín que colgaba de su cuello y se lo arrancó. Al abrirlo encontró el dedo del pobre Mano de Sable y ceñido a él el anillo que Doña Teresita le había entregado y que había hecho correr tanta sangre. Después de tanta acción Floyd había quedado exhausto en el cuerpo y en el alma pero aún quería saber algo más. Apoyó su espada en el cuello del sayón rendido y le gritó:

- Decid canalla, si queréis salvar la vida, quién os manda y cuáles eran las disposiciones.

El pobre sicario creyó ver un rayo de esperanza y dijo atropelladamente:

- Don Lope Tejada es el que nos manda para saldar el litigio que tiene con vos. Vuestra cabeza, con el anillo en la boca, debía ser presentada en la portería del convento de las Beatillas.

Al oír esto Floyd sintió una punzada de dolor al imaginar a su amada recibiendo el macabro presente. Se repuso y preguntó:

- ¿Qué sabéis de Doña Teresita? ¿Cómo queda?

- En lo que me alcanza sigue en el convento y se dice en Sevilla que no se ha visto novicia más hermosa ni más doliente que ella- respondió el sayón, que continuó animado por las confidencias- Yo soy como vos, señor, un soldado de fortuna que pone su espada al servicio del mejor postor. Si tenéis a bien dejarme con vida tendréis en mí un brazo leal y un deudor eterno.

Floyd, al recordar su propia historia de mercenario, pensó en el acertado parangón del sicario. Estaba cansado de la lucha, de la violencia y de la muerte que le habían acompañado siempre. Apartó la espada del gaznate del sayón y cuando parecía que se iba a volver giró sobre sí y lanzó un tajo furioso que decapitó al pobre infeliz haciendo rodar su cabeza por el suelo mojado de la explanada. Se diría que con este último golpe había querido acabar con toda su historia, romper con su pasado. Pete y Garfield, los únicos camaradas que habían sido fieles al pacto establecido, le miraban sorprendidos.

- Por Dios que habéis apurado vuestra ayuda, que ya pensé que también vosotros me habíais traicionado. Pero sea dado por bueno lo que bien termina aunque yo aún tengo que hacer una diligencia. Esperadme en la cantina y abrid una botella del mejor ron del posadero.

Floyd se encaminó al risco más alto que rodeaba al antiguo faro. Caminaba abatido por la sarracina vivida y por el peso de su propia conciencia. Sentía que toda su existencia había sido una singladura sin rumbo y que cuando por fin había encontrado un horizonte claro este se le hacía inalcanzable. Quería soltar las amarras a un sueño imposible. Quería viajar ligero el resto de la travesía. Cuando llegó a lo alto del peñón se sacó el anillo, lo miró con devoción por última vez y lo lanzó con todas sus fuerzas a las embravecidas aguas del océano.

28 de octubre de 2007

MANIFIESTO SOBRE EL JUEZ CALATAYUD


Aún a riesgo de incurrir en desacato a su Señoría y de discrepar radicalmente de la mayoría de mis colegas (al menos de los que opinan sobre el video y el personaje en otros foros), no puedo dejar de manifestar mi opinión sobre el Juez Calatayud y sus planteamientos. Escuché en Córdoba hace dos años la misma conferencia y ya en directo me pareció impresentable.
Vaya por delante mi respeto hacia su trabajo como juez de Menores, en el que ha destacado por sus sentencias reeducadoras más que meramente punitivas con las que yo, como educador, no puedo sino estar en total acuerdo. Pero otra cosa es cuando aborda el discurso educativo, como en el video de muestra y del que me gustaría hacer un somero análisis.
En la forma la supuesta campechanía se adentra en ocasiones en la chabacanería. Los chistes rebuscados y efectistas para ganarse al público (los mismos que en Córdoba), el tono de charleta de taberna y la simpleza del argumentario acercan más el discurso a un monólogo del Club de la comedia que a una charla para orientadores (que es lo que tuvo lugar en Córdoba).
En cuanto al contenido la opinión no es mejor. El juez muestra unas clamorosas carencias (o peor aún, mal disimuladas tendencias) cuando se adentra en el terreno educativo. Con un análisis de la realidad basado en el tópico (entre tantos otros que maneja) del carácter pendular de la historia, se permite utilizar en tono despectivo y para ridiculizarlas teorías psicológicas que claramente desconoce o de las que ha hecho una mala digestión. Aderezadas con los chistes y alusiones personales (excesivas y rayanas en la megalomanía) y recocidas en el caldo rancio del discurso político-educativo más conservador consigue el aplauso fácil de ciertos auditorios. Algunas referencias al periodo preconstitucional con un cierto tufillo nostálgico en contraposición al actual estado de caos y descomposición social (¿os suena el discurso?) están basadas en experiencias científicas tan consistentes como la hora de la sopa en un hogar español. Incurre además en evidentes contradicciones como denostar las teorías psicoeducativas actuales y demandar al tiempo que se dote a los centros de servicios psicológicos y sociales que solucionen los problemas o la de apuntar que se debe enseñar sólo al que quiere aprender para luego señalar la importancia de la educación comprensiva y de la asistencia obligatoria a clase. Invade con escaso rigor y ánimo descalificador ámbitos como el ya citado de las fuentes psicológicas del currículum, el legislativo con sus referencias a la protección del medio ambiente o el de la educación psicosexual.

Todo ello compone un discurso demagógico, garbancero y simple (que no sencillo) en el que junto a verdades de Perogrullo de raíz populista se utilizan la generalización, la tergiversación y las verdades a medias como recursos dialécticos. Y ello parece impropio de un Sr. Juez de Menores que tal vez debería dejar de mirarse el ombligo y tratar de aprender humildemente de disciplinas científicas que ahora menosprecia y que hace bueno a Machado cuando dice que el español desprecia lo que no entiende. Y ojo que, como me dijo un compañero en la charla de Córdoba, a pesar de todo, si un hijo mío cometiera un delito, me gustaría que fuera D. Emilio el que lo juzgara. Lo que confirma también el viejo dicho de zapatero a tus zapatos (no se vea publicidad subliminal) o Sr. Juez a sus sentencias. Y si en este caso el ansia de notoriedad lanza al Juez al estrellato hágalo, como se ha dicho, en el Club de la Comedia y no dando lecciones magistrales de psicología educativa al resto de la sociedad. Tanto el mundo de la farándula como la comunidad científica se lo agradecerán.

EL JUNTAPALABRAS VIII

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO

La noche anterior al día señalado Floyd no pudo dormir. El canto de las sirenas y una voz en su interior le decían que esa podía ser la última de su vida. La apuró poniendo a punto una vez más sus armas. Más que miedo a lo que podía sucederle sentía el temor al fracaso en una empresa de la que dependía su vida. Ahora estaba convencido de que el fin de ella era recuperar el anillo que lo habría de unir a lo único puro y hermoso que había conocido, al único acto de amor que le había dado la fuerza para seguir vivo y llegar hasta allí.

Partió aún con noche cerrada deslizándose por el incierto camino bajo un manto de estrellas. Cuando llegó a los aledaños del lugar donde se juntan los dos mundos apenas una luz sonrosada despuntaba en el horizonte. El día sería claro aunque el pertinaz vendaval no dejaba de abatir con furia la amplia explanada del torreón. A la entrada de esta se encontraba el mástil que antaño mantenía una bandera de señales. Agazapado y ocultándose en los escasos matorrales se acercó a él en busca del billete que Mackenzie le había dejado. Bajo una piedra, al pie del madero, lo encontró. Le sorprendió la concisión del mensaje conociendo la verborrea de su autor: “Id directamente a la casa del farero sin pasar por el torreón. Allí os daré noticias precisas de vuestros enemigos”.

La posada estaba ubicada en un amplio edificio en la base del faro y detrás de ella una pequeña barraca servía de vivienda al farero. Amparado aún por las sombras Floyd decidió tomar precauciones e inspeccionar el contorno de la posada antes de ir a la cita. Al pasar por una ventana oyó en el interior una voz que le resultó familiar. Se dirigía a otros en tono nervioso y el Negro alcanzó a escuchar: “...le hayáis muerto, serviros hacer de él lo que queráis y tened a bien recompensar con lo estipulado el servicio que os hago bien a costa de mi inclinación. Puesto a buen recaudo el cebo que habéis traído, sólo queda pescar el ingenuo pez que viene en su busca. Apostaos presto en la casa del farero que allí ha de ir el imprudente a su cita con la muerte”. El lenguaje utilizado ya no dejaba lugar a dudas. Mackenzie, el viejo armero, era el que hablaba a dos bigardos de ceño torvo y peor aspecto. Una oleada de furia incontenible recorrió las venas de Floyd cuando se percató de la traición del escocés. Las tripas y el corazón le pedían a gritos saltar la ventana y atravesar con su espada a aquella rata barbuda que así quería venderlo. Pero un resto de lucidez que siempre le acompañaba en los momentos de tensión le hizo ver que tiempo habría de tomarse cumplida venganza del felón y que ahora debía aprovechar la ventaja que le suponía conocer los planes del enemigo.

Se deslizó hasta la casa del farero y se emboscó en la entrada dispuesto a esperar a sus verdugos. Llegaron al momento, armados a conciencia, y mientras uno se disponía a entrar el otro se dirigió a la parte trasera de la casa. Cuando el primero abrió la puerta dispuesto a esperar a Floyd se encontró con la punta de su espada que le atravesó limpiamente el pecho a la altura del corazón. El Negro sabía que esta estocada fulminaba al enemigo sin darle tiempo siquiera a gritar. Floyd fue al encuentro del otro matarife, que debía estar en la parte posterior. Cuando llegó a la estancia de atrás el sicario acababa de entrar y al verlo tuvo un momento de duda. Floyd se abalanzó sobre él pero el matón, repuesto de la sorpresa inicial, esquivó la primera embestida y echó mano de su espadín. La lucha fue breve. El Negro, más experto en el cuerpo a cuerpo y espoleado por la rabia, acabó con el rufián de un tajo en la cabeza que lo hizo tambalearse entre agónicas contracciones y lo derribó, muerto, con los sesos desparramados por el suelo.
Mientras comprobaba que el cadáver no se movía, se paró un instante a meditar su siguiente movimiento. En esos momentos Mackenzie pensaría que estaba muerto y estaría esperando que le llevaran su cabeza para cobrar las treinta monedas de la traición. Pero se iba a encontrar con algo más que su cabeza. Además, el cebo del que habló en la posada no podía ser otra cosa que su anillo y él debía tenerlo o saber dónde estaba. Esperó aún un momento para hacer más creíble la situación y se dirigió con paso decidido hacia la posada. Al entrar vio al farero tras la barra, cuatro hombres sentados en una mesa y otros dos más acodados en el alféizar de una ventana alta. El escocés estaba al lado del posadero con un vaso en la mano. Al ver entrar al Negro quedó lívido como quien ve un fantasma. Mientras Floyd avanzaba hacia él con aire amenazador Mackenzie recompuso el poco ánimo que le quedaba y le salió al paso diciendo:

- ¿No habéis visto mi recado? Aquí corréis serio peligro. Permitid que os dé noticia de la situación.

Una vez más la sangre fría de Floyd le ayudó a no destripar sin más a aquella babosa repugnante. Si el escocés le quería seguir engañando él quería saber la verdad, pero no se la sacaría allí delante de tanta gente. Así que con toda la calma de que pudo hacer acopio le dijo:

- Nada he visto bajo el mástil y ya recelaba que os hubiese pasado una desgracia. Pero vayamos fuera donde me podáis informar con mayor discreción- y sujetando firmemente al escocés del cuello le obligó a acompañarlo al exterior de la posada. Mackenzie, cuando sintió los rudos modales del Negro y sobre todo su fuerte garra sobre la nuca, empezó a balbucear medrosamente:

- No será menester salir de aquí... que gente amiga es la que nos acompaña...

Pero Floyd ya lo había arrastrado hasta unos soportales en la explanada, lo había arrinconado en una esquina y echándole el aliento le dijo muy lentamente:

- Y ahora, maese armero, ¿queréis decirme cuál es la situación según vos?

- Gente armada y de mala calaña os espera en las cámaras de la posada dispuesta a daros muerte artera. Refugiaos presto en la casa del farero y esperad allí mi señal para saltar sobre ellos o para huir según vuestro ánimo pues aún tenéis oportunidad de ambas opciones- respondió con increíble desfachatez el escocés.

A Floyd ya le hervía la sangre al ver cómo el armero intentaba embaucarlo de nuevo pero se contuvo y para deleitarse más a fondo en su venganza le susurró:

- Pues ved que acabo de dejar aquella estancia y en ella a dos rufianes destripados que querían pescarme como a pez ingenuo.

Al oír estas palabras, el escocés comprendió que lo sabía todo y se removió inquieto pero Floyd lo sujetaba con zarpa de hierro y continuó:

- ¿No sabréis vos dónde está el cebo que han utilizado para atraer a tan cándido pececillo?

Mackenzie hizo un último y desesperado esfuerzo por salir del atolladero y gimoteó:

- Por Dios os juro caro amigo que no he querido buscaros ningún mal. Ellos me forzaron a delataros con fuerza y amenazas. No pude resistir a sus torturas y obligado me vi a darles vuestras señas pero nada sé de peces ni de cebos.

El Negro, sujetándolo del cuello ya sin ambages, por fin le escupió:

- A fe que me habéis burlado, maese armero. Pero ya la argucia descubierta habréis de pagar cara vuestra traición. Que las ratas como vos sólo merecen probar la punta de la espada que con tanto oficio me habéis obrado. Pero antes decid al punto dónde está el cebo que hasta aquí me ha traído.

El escocés sudaba copiosamente y ya se había mojado con largueza los calzones pero aún acertó a balbucir:

- Que muera ahora mismo entre estertores... si algo sé de vuestro cebo... a la fuerza me hicieron cambiar... no tenía otro recurso... nuestra amistad pongo por testigo...

Floyd, asqueado ya de tanto fingimiento, asió una mano del armero y le dobló un dedo hasta hacerlo quebrarse como una rama seca. Mackenzie dio un alarido que se confundió con el clamor del vendaval y dijo entre sollozos:

- Tened piedad de mí... nada sé de lo demandado... soy un pobre viejo loco...

Mackenzie le quebró otro dedo y exclamó:

- Aún os quedan ocho y no seréis tan loco de dejároslos romper por este negocio.

El escocés, con la respiración entrecortada por el dolor, por fin susurró:

- El más alto de los que están en la posada lleva un bolsín al cuello donde debe estar vuestro tesoro. Dejadme vivir, os lo suplico, que soy un pobre viejo loco...

- Vos mismo habéis dicho hace un instante de morir entre estertores si algo sabíais de este entuerto. Yo no haré sino cumplir vuestra demanda.

Floyd retrocedió un paso y de un limpio tajo rebanó el cuello del escocés hasta casi separarle la cabeza de los hombros. Ya no saldrían más palabras engañosas de aquella garganta que ahora sólo escupía sangre a borbotones.

El Negro quedó sosegado después de ver cumplida su venganza. Pero al punto le inundó de nuevo el frenesí de la orgía de muerte en que estaba sumido. Limpió la espada en las ropas del escocés y se dispuso a afrontar el que debía ser ya el último episodio de esta larga historia.

21 de octubre de 2007

Emilio Calatayud Pérez - Lección Magistral (1)

Emilio Calatayud Pérez - Lección Magistral (2)

Emilio Calatayud Pérez - Lección Magistral (1)

Os envío esta charla del Juez Calatayud en dos entregas (por problemas de espacio). Aunque es un poco larga, me gustaría que la vierais y que expresarais en el Comentario lo que os parece. La semana próxima publicaré mi opinión al respecto y habrá ocasión de debate. Besos.

19 de octubre de 2007

EL JUNTAPALABRAS VII

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO

Y ahora estaba allí, solo entre los riscos, en un lugar en medio de ninguna parte, esperando el que suponía último episodio de esta historia que le atormentaba desde hacía años. Las provisiones se le habían acabado y se alimentaba de las escasas hierbas y raíces que crecían en aquel inhóspito paraje. Ante el temor de hacer fuego para no delatar su presencia tuvo que comerse crudos dos lagartos que cazó y pasar las noches arrebujado en una zanja que hizo en el cobertizo para protegerse del frío intenso. El fuerte vendaval que azotaba constantemente aquel otero ululaba en sus oídos como agoreros cantos de sirena que le advertían del peligro inminente que iba a afrontar. Estaba a punto de enloquecer y sólo el recuerdo de los hechos que le habían llevado hasta allí le mantenía cuerdo y alerta...

A su vuelta de Sevilla habían pasado largos meses sin noticias de su amada. Sospechaba que Don Lope había sabido de su presencia en la ciudad y había mandado a sus lacayos para que le vigilaran. Estos, al ver que Doña Teresita le había entregado el anillo, se lo habían arrebatado. Pero ¿por qué lo habían dejado con vida? Tal vez no se atrevieron a matarlo a la espera de órdenes de su amo. Tras la detención por los soldados también creyó ver la alargada mano de Don Lope que así, cobardemente, podría hacer que fuera la ley la que lo castigara sin mancharse las manos. Muchas preguntas sin respuesta que lo tenían en un sin vivir continuo.

A través de sus antiguos compañeros del Juan de Garay, que seguían haciendo la ruta de Sevilla, supo que Don Lope había jurado ante el Jesús del Gran Poder que lo había de matar, tras su evasión de la Torre del Oro. Había ofrecido una cuantiosa recompensa a quien le llevara su cabeza. Pero también andaba detrás de un anillo que, según él, Floyd le había robado a su hermana durante su estancia en Sevilla y eso quería decir que no lo tenía y que los rufianes que se lo robaron estarían deseando deshacerse de él. Una luz de esperanza iluminó al Negro que a estas alturas sólo quería recuperar el anillo que con tanto amor le había entregado Doña Teresita. Ir a Sevilla personalmente a por él sería como meterse en las fauces del lobo porque en su terreno no tenía ninguna posibilidad de desafiar el poder de Don Lope. Así que acordó con Mano de Sable y Jhon Chapeta, dos de sus más fieles y aguerridos camaradas del Juan de Garay, que le conseguirían el anillo a cambio de cien doblones de oro. Dos meses más tarde le hicieron saber que lo tenían y que se lo entregarían en la bodega del Buey Dorado. De lo que pasó en esa cita y a partir de ella ya se tienen noticias en esta historia.

Floyd sabía ya que ni un océano de por medio iba a impedir a Don Lope intentar tomarse la venganza que le había juramentado. Mano de Sable y el Chapeta podrían atestiguarlo si no estuvieran descomponiéndose lánguidamente en aquel sótano...

12 de octubre de 2007

EL JUNTAPALABRAS VI

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID ELNEGRO

Se despertó con la amanecida sobresaltado por el ruido de los cascos de un caballo sobre el camino pedregoso. El cobertizo estaba algo retirado de la vía por lo que pudo asomarse sin ser visto para descubrir quien pasaba por lugar tan inhóspito a horas tan inusuales. El canturreo de una vieja canción gaélica y el contorno achaparrado del jinete, que se recortaba sobre las primeras luces del día, le hicieron sospechar de quién se trataba. Dejó pasar caballo y caballero y saltó al camino para gritar muy fuerte:

- ¡Mckenzie, viejo loco! ¿Qué os trae por aquí?

El escocés dio un respingo en su silla y se volvió con tanto ímpetu sobre ella que dio con sus huesos en el suelo tras caer por la grupa del caballo. Floyd rió de buena gana ante la torpeza del escocés y le tendió la mano para levantarlo. El armero estaba lívido y como aturdido pero al momento pareció componerse y empezó a decir entre balbuceos:

- La dicha que sienten mis ojos al veros... tengo que decir.... que en los recodos de nuestro devenir... gran felonía y traición os busca el que viene de lejos... y por nuestra vieja amistad que calienta mi corazón...

- Parad al punto y sosegaos que con esta letanía a fe que no se entiende nada de lo que decís- le interrumpió Floyd- Sentaos aquí y explicad calmadamente vuestras razones que yo las he de escuchar con la atención que sin duda merecen.

La escena de la caída del escocés había puesto de buen humor al Negro. Además, se dio cuenta divertido, de que cuando lo veía, sin proponérselo, adoptaba el lenguaje pomposo y afectado del viejo armero. Este, ya totalmente en sus cabales, recompuso su maltrecho discurso:

- Los hados del destino perecen guiar mis pasos pues, aún a costa de este batacazo, mis ojos encuentran lo que ansiaban. Una gaviota me enteró en mi humilde factoría de negros presagios que amenazan vuestra hacienda y vuestra vida y en aras de la amistad que une nuestros corazones no he podido menos que seguiros para advertiros del peligro que acecha inopinado tras...

- Id al grano viejo loro y cesad ya de palabrería, pues con vuestras propias artes he de cortar vuestra lengua incontenible si no decís presto lo que aquí os ha traído- cortó ya no de tan buen humor Floyd.

- Bien comprendo vuestra impaciencia pues graves son mis noticias. Gente aviesa que ha venido de lejos os espera donde se juntan los dos mundos para entramparos y poner fin a vuestra existencia. Traen encargo cierto de llevar con ellos vuestra cabeza para cobrar el estipendio de su horrendo trabajo.

- Decid, maese armero- inquirió Floyd- ¿Quién os dio tal reseña, cuántos serán y cómo los conoceré?

- Bien quisiera complaceros pero nada sé de lo que demandáis. Un pliego a la puerta de mi casa, sin firma, me enteró de lo que os he expuesto. Más allá sólo me trajo aquí mi ferviente deseo de serviros a estorbar tan infames intenciones. Y para mostraros con certeza este deseo os propongo adelantarme a vos en el camino y ya allí donde se juntan los dos mundos indagar con discreción los perversos planes, desvelar a los traidores y daros noticias de todo ello para que estéis avisado y previsto. Dad dos días de prudente margen a la pesquisa y os dejaré un billete con reseñas cabales camuflado en el mástil de la entrada del torreón.

- Sea como decís. Y pues veo en vos tan buena disposición hacia mi persona tened por cierto que mi corazón sabrá recompensaros con su eterna gratitud y mi bolsillo con un generoso óbolo si salgo con bien de esta empresa.

Dicho esto el escocés montó de nuevo su caballo y partió tras una larga y espesa perorata sobre la amistad, el deber y la traición.

Floyd quedó pensativo tras el inesperado encuentro. Conocía al escocés desde hacía muchos años y, aunque eran amigos, nunca había supuesto que su devoción por él le pusiera en el brete de arriesgar así su vida. A pesar de que las noticias que le había dado ya se las maliciaba, Floyd sintió afecto sincero por aquel viejo escocés parlanchín que además de excelente armero se mostraba como leal amigo.

Volvió a su chamizo y se dispuso a esperar, recluido, como en la buhardilla de Masteroy, los dos días de plazo que Mackenzie le había pedido. Compartiría estos días de soledad forzosa con el vivo olor a mar, con los lagartos que se asoleaban entre las piedras y con sus recuerdos...

Una vez repuesto de sus heridas del cuerpo y del alma Floyd movilizó a sus contactos entre el hampa del puerto para saber quién había secuestrado a Doña Teresita y por qué. Por ellos supo que cuatro marineros españoles habían arribado al puerto unos días antes de la llegada del Sir Frances. Eran gente torva y huidiza que apenas hablaron con nadie. Se alojaron en una fonda a las afueras de la ciudad y tan sólo se interesaban por el trasiego de barcos que entraban y salían del puerto. Después del episodio de la posada habían desaparecido como por ensalmo, se diría que se los había tragado la tierra... o el mar. Había quien aseguraba que los había visto huir esa misma noche a uña de caballo en dirección al puerto de Flockard y que eran cinco los bultos que se perdieron en la oscuridad.

Floyd se dirigió hacia allí para continuar sus pesquisas. Supo por sus antiguos camaradas de la posta de recaudaciones que un pequeño galeón español acababa de zarpar tras haber estado fondeado varios días en el muelle. Sus tripulantes, más locuaces que sus compinches secuestradores, habían dicho en las tabernas portuarias de las que eran asiduos, que venían de Sevilla a recoger una preciosa mercancía por la que cobrarían un buen dinero a la entrega. Floyd visitó los antros más infectos de Flockard hasta dar con una barragana que había compartido cama y mantel con uno de los marineros españoles. Según ella, este le contó que habían sido contratados por un noble sevillano de nombre Don Lope Tejada para rescatar a su hermana que estaba cautiva de un corsario del lugar. Al oír esto Floyd recordó las palabras de su amada. Sin duda debía ser familia poderosa si mandaba al otro lado del océano una misión para rescatar a Doña Teresita y lavar el honor ultrajado. Porque, conociendo a los españoles como los conocía, ese y no otro debía ser el motivo de tal dispendio. El caso es que no tenía ni dinero ni fuerzas para perseguir al galeón en busca de su dama. Estaba solo, quebrantado en el cuerpo y humillado en su orgullo por habérsela dejado arrebatar de esa manera. Y no le quedaba más remedio que esperar una mejor oportunidad para intentar recuperarla.

Esta se le presentó meses más tarde cuando se enroló en el Juan de Garay, un buque del Virrey que reclutaba marinería experimentada para viajar a Sevilla llevando las riquezas expoliadas por la Corona. Tras una travesía apacible y sin sobresaltos llegaron a puerto un claro día de abril. La ciudad se mostraba espléndida de luz y generosa de olor a azahar, pero la gestión que allí le llevaba le iba a impedir disfrutarla como hubiera gustado. En seguida hizo discretas averiguaciones ente las gentes del lugar. Por ellas supo que la familia Tejada era una de las más influyentes de la ciudad, católicos rancios de limpio linaje y misa diaria. Habitaban un hermoso palacete del barrio de Triana, junto al puerto. También supo que una gran desventura había acaecido a la hija menor de los Tejada meses atrás. De la historia, que tan bien conocía, sólo le interesó el final: Doña Teresita había sido recluida de por vida en un convento siguiendo los usos de la época en lo tocante a cuestiones de honra y dignidad mancilladas. Ante castigo tan cruel e inmerecido Floyd se rebeló y se juró que rescataría a su dama aunque tuviera que derruir los muros de todos los conventos de Sevilla. Pronto conoció que Doña Teresita estaba encerrada en las Beatillas, a las afueras de la ciudad. Tras rondar varios días por el lugar trabó amistad con una de las muchas trotaconventos que pululaban alrededor de los cenobios. A través de ella concertó un encuentro con su amada en una de las celosías que daban al huerto. La noche cálida de luna llena y preñada de fragancias vegetales invitaba al requiebro y la pasión pero Floyd sólo sintió cólera y rencor cuando vio a Doña Teresita. El año de reclusión la había marchitado como si fueran diez. Los ojos antes altivos y orgullosos eran ahora fríos y apagados. Su rostro parecía velado por una sombra de amargura y sus palabras surgían de un tenue hilo de voz casi imperceptible. Abatido ante esta impresión Floyd susurró a su amada:

- Mil veces muerto e insepulto debía estar el que ha osado enterraros así en vida, cegar la luz de vuestros ojos y velar la voz que me enamora. Aunque corra por sus venas vuestra sangre no ha de tener perdón ni en los infiernos. No soporto veros presa entre estos muros. He venido a por vos, señora, y juntos partiremos a otras tierras llenas de luz y regocijo. Sitios habrá donde podamos vivir nuestro amor lejos de estas sombras y rencores. Salid presto de este encierro y abandonad a la familia que tanto dolor os procura, que no se lava la honra enterrando la flor hasta que muera.
Doña Teresita, vestida con el grueso hábito de estameña propio de las novicias, había escuchado las palabras de Floyd con la mirada perdida. Cuando este hubo acabado fijó sus ojos en él y dijo:

- Bien sabéis que no puedo complaceros ni complacerme en esta empresa. Desde que nos arrancaron al uno del otro en aquella posada he rezado para que volvierais a la vida que me dijeron que os habían quitado. Veros hoy ha sido mi única alegría en este tiempo de angustia y soledad. He matado a mi buen padre que murió de dolor al poco de recobrarme. Debo expiar mis culpas por este horrible pecado y esta será mi morada hasta que el Señor me lleve ante su juicio.

- Es vuestro hermano y no el Señor quien os juzga y condena sin piedad haciendo caer sobre vos la venganza que a mí me tiene prometida. Venid conmigo y desdeñad este mundo de oscuridad y superchería. Si vuestro padre murió por vos no querrá ver apagarse desde el cielo la luz que tanto amaba.

- No porfiéis en vuestro empeño que no han de ver mis ojos otros árboles que estos limoneros ni otras piedras que estas que me encierran. Cuando entré aquí abandoné todo lazo con mi mundo anterior. Sólo conservé este anillo que me daba fortaleza para pedir por vos. Ahora que os he visto creo en él más que en mi pobre vida ya apagada y quiero que lo llevéis para que os dé la fuerza que a mí ya no me hace falta. Guardadlo con afán pues mientras esté con vos su poder nos mantendrá unidos aún en la distancia- y entregó a Floyd un delicado anillo de oro sin adornos.

Hecho esto, Doña Teresita se apartó de la reja y se perdió entre los frutales del huerto camino de su celda. Floyd quedó suspenso y abatido con el anillo entre sus dedos. Había visto tal determinación en las palabras de su amada que abandonó toda intención de llevarla por la fuerza. Tras unos momentos de cavilación se sumió en las angostas callejas de la ciudad.

Del resto de su estancia en Sevilla sólo conservaba retazos que estallaban en su atormentada memoria como fogonazos de pólvora... los tres rufianes que le robaron y apalizaron en su regreso al barco aquella noche... su desesperación al ver que había perdido el anillo... su detención por los corchetes del rey acusado del robo en un convento... las patadas y bastonazos de los carceleros en aquella inmunda mazmorra de la Torre del Oro... el potro de tortura esperándolo al día siguiente... la huida por una cloaca hasta las cálidas aguas del Guadalquivir... y la reclusión en la bodega del Juan de Garay hasta su retorno al Caribe.

6 de octubre de 2007

EL JUNTAPALABRAS V

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO

Al cumplirse el plazo dado por Mckenzie Floyd envió a su amigo a recoger las armas encargadas al escocés. De vuelta, Masteroy le informó de que los ánimos estaban aún muy calientes por el asunto del Ciempiés y que no convenía dejarse ver por el momento. Las armas eran de una calidad excelente aunque Floyd no pudo probar el pistolete como habría querido para no llamar la atención. Tras dos días más de impaciente espera Floyd tenía ya los nervios a punto de estallar. El encierro forzoso lo crispaba porque no estaba acostumbrado a tanta inactividad. Ya había bruñido y afilado las armas blancas cien veces y había montado y desmontado el pistolete otras tantas. Al tercer día, cuando ya llevaba casi una semana de reclusión decidió afrontar los riesgos y salir de allí como fuera aprovechando la luna nueva. Con unos harapos y una capa raída que le proporcionó su amigo Masteroy se compuso un disfraz de mendigo que quedaba bastante aparente. El aspecto sucio, la barba de varios días y un hatillo con sus ropas y armas completaron perfectamente el tipo.

- ¡Gracias por todo, amigo! Lástima que no puedas acompañarme en esta partida. Por Dios que me vendría bien un acero como el tuyo a mi lado- dijo Floyd a su camarada en la despedida.

- Bien sabes que estaría gustoso de ayudarte en esta empresa pero una barca sin un remo sólo estorba a quien tiene que tirar de ella- respondió Masteroy- Sólo te puedo ayudar con este estilete de mis tiempos de acción que tiene ya algunos gaznates rebanados- y entregó al Negro un precioso y fino puñal corto que añadir a su abundante guarnición.

Se despidieron con un fuerte abrazo y Floyd salió a la noche cerrada y sin luna del puerto. Lo atravesó sin ningún mal encuentro y con las del alba ya estaba fuera de la ciudad. Cuando lo creyó prudente se cambió la ropa, se calzó sus armas y se encaminó con paso firme en busca de su destino.

El lugar en que se juntan los dos mundos era un acantilado perdido en mitad de la costa, agreste y desolado, en el que sólo había un viejo faro en desuso al cuidado de un farero más en desuso aún. Nadie sabía porqué se le llamaba así a aquel lugar aunque desde siempre ese había sido su nombre. El farero, un viejo descarnado y huraño, mantenía en el antiguo torreón una venta destartalada que servía de refugio a fugitivos y gente de mal vivir. Floyd había parado en ella algunas noches de nefasto recuerdo. El lugar estaba a unas cinco leguas del puerto y sólo se podía acceder a él bordeando el litoral. Apenas se llegaba allí por un sendero abandonado que culebreaba los escarpados farallones de aquella parte de la costa. Floyd calculó que tardaría dos días en llegar. Llevaba comida suficiente pero debía evitar dos postas de vigilancia aduanera que había en el camino porque no quería sorpresas desagradables. La primera noche la pasó en un chamizo abandonado. Tras limpiar y afilar por enésima vez sus armas se dispuso a dormir. Las estrellas que veía a través de los boquetes del techo le transportaron a aquella otra noche en la posada de Kingston...

Nada más desembarcar, ya de madrugada, Floyd llevó a Doña Teresita a una posada del puerto para alejarla de las miradas lascivas de la canalla pirata. Allí quería pensar tranquilamente en lo que iba a hacer y averiguar también lo que ella quería. La dama, como ajena a todo lo que pasaba a su alrededor, había caído los últimos días en un mutismo absoluto. Sólo cuando Floyd cogió sus manos entre las suyas en un gesto acostumbrado y le preguntó qué iban a hacer, Doña Teresita, entre sollozos, le dijo:

- No soy digna de que sigáis arriesgando vuestra vida por mí. Mi viaje en el Virgen del Socorro era para reunirme en Sevilla con mi prometido don Félix, al que amaba profundamente hasta conoceros a vos. Ahora mi corazón está confundido y si al principio me refugié en vuestros brazos para estar a salvo de esos garañones después he sentido por vos algo que ni don Félix ni ningún otro me había hecho sentir. Querría más que nada estar a vuestro lado pero recelo que a estas horas ya estará buscándome mi familia y que no creerán que me habéis respetado y defendido poniendo vuestra vida en peligro. Sé muy bien el destino que me espera si vuelvo con ellos pero más temo que sufráis su venganza si porfiamos en nuestro amor- y quedó muda con sus hermosos ojos inundados en lágrimas.

Cuando Floyd iba a responder un violento envite tiró abajo la ventana de la estancia y por ella entraron cuatro embozados que comenzaron a golpearlo con saña. Cogido por sorpresa, el Negro no pudo sino defenderse del aluvión de golpes y porrazos que le venía encima mientras veía como dos de ellos echaban una capa sobre Doña Teresita y la sacaban de la habitación a empellones. Todo ocurrió en apenas unos segundos y sólo la llegada del posadero y unos clientes, alarmados por los ruidos, hizo que los encapuchados huyeran dejando a Floyd malherido sobre el camastro. Mientras curaban sus magulladuras y enderezaban su brazo quebrado, por encima de sus alaridos de dolor resonaban en su cabeza como un bálsamo las últimas palabras de doña Teresita. Su corazón, humillado por la derrota pero exultante por la revelación, le gritaba que debía recuperarla como fuera.

1 de octubre de 2007

LOS ENIGMAS DEL ASOBINAO


En mi sana intención de remover vuestra neuronas aquí va otro intento que espero que tenga más éxito que los anteriores.

Los ENIGMAS son propuestas de situaciones que resultan sorprendentes y lanzan un reto a la lógica detectivesca del que los recibe. En su versión coloquial el sujeto realiza un proceso de inducción- deducción a base de preguntas a las que sólo cabe responder sí o no. En esta modalidad escrita también podéis preguntar en los comentarios (teniendo en cuenta la restricción citada) y yo os contestaré. Si no, podéis lanzar directamente hipótesis sobre la solución que sean divertidas y originales, además de verosímiles. Pasado un tiempo prudencial daré la solución a los enigmas.

Para entrenar podéis buscar cuántas caras aparecen en este dibujo.

Ahí va el primero:

UN DORMITORIO SORPRENDENTE

Adalberto se ha levantado de la cama, y todavía algo somnoliento se lava, se viste y desayuna copiosamente, pues le espera un día ajetreado.

Luego sale a la calle, va hasta su coche y conduce quinientos kilómetros por carreteras muy concurridas. Terminado el viaje, que no ha sido de ida y vuelta, y tampoco en recorrido circular, Adalberto baja de su coche, del que no se ha movido en todo el viaje, y entra en su casa. Cena, y se acuesta en el mismo dormitorio en el que se despertó por la mañana.

¿Cómo es posible si se encuentra a quinientos kilómetros de distancia?

¿Cuál es tu versión de los hechos relatados en este enigma?

29 de septiembre de 2007

EL JUNTAPALABAS IV

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOYD, EL NEGRO

Aquella noche había quedado citado con los hermanos Cara de Plata para proponerles el negocio que le andaba rondando desde que los vio. No quería darles muchos detalles ni que lo vieran mucho con ellos para evitarles el final de Mano de Sable y el Chapeta. De todas formas los Cara de Plata no eran de muchas entendederas ni tampoco necesitaban de muchas precisiones para embarcarse en cualquier asunto que les asegurara ron y mujeres. El escocés le había pedido tres días para facilitarle las armas y ese era el tiempo que tenía para convencerles y que se enteraran bien de lo que debían hacer, lo que conociéndolos no era mucho.

Cuando entró en la taberna del Ciempiés Pete y Garfield ya andaban medio amontonados con dos pelanduscas que tenían sobre sus rodillas haciéndoles carantoñas. Al ver al Negro le animaron a unirse a ellos entre cánticos que denotaban el fuerte trasiego de ron que ya llevaban en el cuerpo.

- ¡Floyd, amigo! Comparte con nosotros estas dos bellas damiselas. Tienen las carnes prietas y les gustan los tipos finos como tú- exclamó Pete golpeando sonoramente las cachas de la mujer que tenía encima.

- Tenemos que hablar de negocios- respondió gravemente el Negro.

Al oír esa palabra los Cara de Plata se levantaron al unísono dejando caer sobre la tarima a las dos madamas. Se cuadraron con un gesto cómico ante su amigo y se alejaron con él hacia un discreto rincón de la cantina. Eran gente seria para los negocios y parecieron recuperar repentinamente la escasa lucidez que tenían cuando aún estaban sobrios. En una mesa del fondo Floyd les explicó detalladamente su plan. Dos botellas de ron más tarde, Pete y Garfield dieron su consentimiento y propusieron celebrar el acuerdo con otras dos botellas... y las dos madamas abandonadas. Pero estas ya habían encontrado a dos apuestos marineros que las magreaban descaradamente en un escaso canapé.

- ¡Plegad velas, marineros! Que estas sirenas tienen dueño y no seréis vosotros quienes las llevéis a la bodega- tronó Garfield plantándose delante del cuarteto amoroso.

Los marineros, dos bigardos de buena planta, se encararon con los Cara de Plata.

- El que abandona la guardia bien merece un remojón y por Dios que os lo daremos si no leváis anclas a otro puerto- dijo calmoso el más alto.

- No seréis vosotros los que me lo deis, que cuando aún chapoteabais en la bañera ya había corrido yo los siete mares conocidos. Así que dejad el amorío al punto si no queréis dejar aquí la piel en esta empresa- amenazó ya con cara de pocos amigos Garfield.

Los Cara de Plata y los dos jóvenes marinos estaban enfrentados como gallos de pelea pero detrás de estos se habían colocado tres o cuatro de sus camaradas dispuestos también a la lucha. El Negro se mantenía en un prudente segundo plano, a verlas venir. El resto de la parroquia seguía con atención el desafío a la espera de ver una buena refriega.

- ¿Qué tenemos aquí? ¡Los infantes necesitan de sus amiguitos!- dijo en tono burlón Pete cuando vio formado el grupo- A lo mejor también quieren ayuda con las señoritas ¿verdad?- y acompañó esta última palabra de un envite furioso contra el que tenía delante.

Con el primer cabezazo dejó fuera de combate al pipiolo, que quedó en el suelo con la nariz rota. A partir de aquí todo fue muy deprisa. Los mamporros se repartían a diestro y siniestro y los dientes rotos empezaban a tapizar el suelo de madera. Pronto de los puños se pasó a las sillas y las botellas rotas. Floyd capeaba como podía el temporal de golpes que se le venía encima y arreaba estopa con una porra corta que siempre llevaba en la casaquilla. Todo eran gritos y confusión hasta que de un montón en el que Pete tenía a tres de los petimetres encima uno de estos saltó hacia atrás dando un alarido y llevándose las manos al cuello del que manaba un violento chorro de sangre. Dio unos pasos tambaleantes y cayó al suelo fulminado. Todos quedaron en silencio mientras Pete retrocedía estupefacto con la faca ensangrentada en su mano. Garfield y Floyd aprovecharon el momento de desconcierto para sacarlo en volandas y salir de najas del antro. Cuando los demás quisieron reaccionar los tres amigos ya estaban a salvo bajo un espigón cubierto.

- ¡Malditos hijos de Satanás!- gruñó entre dientes el Negro- Lo habéis echado todo a perder. Esto se va a poner muy feo ahora con todos esos buscándonos como a perros. Debéis largaros y esconderos hasta que todo se calme. No olvidéis lo pactado.

Los Cara de Plata, cariacontecidos, aguantaron la bronca como dos niños malos y salieron corriendo como alma que lleva el diablo. Floyd también se deslizó por la noche y se confundió con las sombras para ponerse a salvo.

Los dos días siguientes los pasó el Negro escondido en la buhardilla de Masteroy un antiguo camarada de armas de sus años de servicio a la ley. Una explosión de pólvora le había arrancado un brazo y malvivía de una mísera pensión del virrey en aquel tabuco. Floyd sabía que no podían acusarle de nada porque no había matado a nadie pero no quería responder a preguntas engorrosas del fiscal o ser plato de la venganza de los amigos del finado. Pasaba el tiempo recordando con su amigo sus andanzas, cuando se dedicaban al servicio del virrey para purgar sus años de piratería. Su trabajo consistía en vigilar el contrabando de oro, ron y tabaco para asegurarse de que las arcas de la Corona y los bolsillos del virrey y su corte recibían su copioso convoluto. Además debían “disuadir” a los matuteros que querían establecerse por su cuenta haciéndoles comprobar en sus carnes lo perjudicial para la salud que podía llegar a ser el trabajo por cuenta propia. Bonita forma de redimirse pensaba el Negro. Pero también le dio tiempo a pensar en otras cosas...

El resto del viaje junto a la damita española fue como un bálsamo de todos sus sentidos. Se sentía más vivo que nunca. Durante aquellas tres semanas de regreso del Sir Frances al puerto de Kingston sintió por primera vez que podía despertar en alguien otra cosa que no fuera odio o temor. Doña Teresita, dama de familia principal de Sevilla, según decía ella, mantenía con él una relación estudiadamente ambigua de amor y odio que lo mantenía literalmente en ascuas. Temía sus desdenes tanto como ansiaba sus requiebros. A las noches de tiernos escarceos amorosos sucedían jornadas de lánguida y distante melancolía de doña Teresita, cuando no arrebatos de dignidad herida. Floyd andaba como abanto, pendiente de las más mínimas reacciones de la damisela, pero deleitándose al mismo tiempo con aquellas sensaciones nuevas para él.

El resto de la tripulación se iba poniendo más nerviosa y agresiva conforme pasaban las jornadas y veían el estado de embobamiento en que se encontraba Floyd. Una mujer a bordo de un barco pirata es como una bomba con espoleta retardada. Ni siquiera el recurso de supervivencia que suponía el jugársela a muerte para evitar las continuas disputas parecía haber aliviado la tensión que crecía por momentos. En dos ocasiones el Negro tuvo que salir de su estado de embeleso y cortar de raíz avances de los marineros más fogosos.

Cuando la atmósfera ya se hacía irrespirable, por fin avistaron el puerto. Siguiendo la costumbre pirata Floyd tuvo que pagar casi toda su parte del botín por quedarse con la rehén y lo peor era que no sabía qué iba a hacer con ella. Presumía que en tierra no podrían mantener la misma relación que en el barco entre otras cosas porque no estaba muy seguro de cuál había sido esa relación. Tampoco estaba dispuesto a venderla a ningún comerciante desaprensivo ni quería ni sabría mantenerla a su lado a la fuerza. Además, en los momentos de lucidez que le permitía su enajenación, no dejaba de recelar que la dama sólo se había aprovechado de él para evitar ser moneda de cambio entre toda la tripulación. En su confusión no sabía siquiera si lo que sentía era amor, deseo o una mezcla de ambos. De todas formas no tardaría en comprobar que la solución a este dilema le vendría dada en breve y de forma harto desagradable.

22 de septiembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS III

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOYD EL NEGRO
Mckenzie, el armero, era un viejo pirata escocés de largas barbas, cuerpo sucinto y aspecto ratonil que había recalado en el puerto después de mil viajes por todos los mares conocidos. Tenía fama de ser el mejor en su oficio y no hacía distingos entre sus clientes que iban desde el propio virrey hasta la gente de más baja estofa de aquella parte de la costa. Sólo le interesaba que le pagaran en oro contante y que hablaran bien de sus obras. Acompañaba a su aire ladino un lenguaje afectado y pomposo que casaba mal con la rudeza de modales de su parroquia.

- ¡Hola, qué tenemos aquí! ¿A qué debo tanto honor? ¿Qué negocio trae a maese Floyd a mi humilde casa?

Mckenzie y Floyd se conocían desde hacía mucho tiempo y este gustaba de corresponder a la retórica del escocés con su jerga gentil aprendida en sus años de servicio al virrey.

- ¡Salud al mejor armero que han visto los siglos! Graves asuntos me traen a vuestra casa, donde espero encontrar consuelo a mis aflicciones y remedio a mis menesteres.

- No dudéis que gustoso removeré cielo y tierra para dar cumplida satisfacción a vuestras demandas. Pero decid ya qué delicados afanes os llevan como alma en pena y cómo mi ciencia puede ayudaros a remediarlos.

- Es el caso que debo afrontar sin dilación un grave asunto de honor que afecta a mi persona y a la de una dama cuyo nombre no viene al caso. Para salir airoso de semejante trance necesito atinado consejo y una buena panoplia de armas de vuestra excelsa factoría ya que recelo que haya gente interesada en estorbar mis propósitos.

- En tratando asuntos de amor mala conseja os puede dar quien de experiencia carece en tales lides amén de que no soy amigo de conocer detalles que puedan lesionar mi negocio o mi persona. En lo tocante a la armería y si hay oro de por medio, no dudéis que encontraréis cumplida respuesta a vuestros demandas, que no hallaréis en toda la isla acero más fino y fiable que el que trabaja el que tenéis delante.

- Pues así me consta, heme aquí en demanda de cuchillería, espada larga y ligera de doble filo y gavilán dorado y algún pistolete de fácil embozo y letal disparo. Respecto al oro no alberguéis temor que seréis recompensado con creces como vuestra obra merece.

Los ojos de Mckenzie brillaban ya como el oro que esperaba ganar con aquel negocio. Su industria era hacer armas que mataran con limpieza y eficacia sin preocuparse de quien las iba a utilizar ni contra quien. Conocía bien la ley del puerto. Tras las precisiones de rigor sobre el tipo y calidad de las armas que Floyd necesitaba y las florituras verbales de despedida, este ya se encaminaba a la puerta cuando el escocés exclamó:

- ¡Ah, maese Floyd! Aunque mis manos aún están ágiles y prestas mi memoria sufre a veces la ponzoña del tiempo y acabo de recordar que habían dejado para vos un cuidado paquete con el recado de entregároslo cuando mis ojos tuvieran la dicha de encontraros en cualquier recodo del camino ensortijado que...

- ¡Acabad ya de una vez, maldito escocés! y venga ese paquete- bramó Floyd, al que ya no complacía la verborrea del armero.
Mckenzie pasó a la trastienda y salió con un primoroso paquete forrado en terciopelo azul que entregó al Negro sin dilación. Este lo sopesó y preguntó a boca jarro y sin retóricas:

- ¿Quién os entregó este presente? ¿Eran varios? ¿Qué aspecto tenían? ¿Os dijeron algo más?

Por toda respuesta el escocés retomó su retahíla:

- Ya os he dicho maese Floyd que la pozoña del tiempo ha anidado en mala hora en mi memoria y a pesar de que sería mi ferviente deseo complaceros con esas noticias que demandáis no encuentro en mi pobre cabeza las reseñas que...

Aunque el Negro hubiera deseado en esos momentos coger del cuello a aquel mentecato y apretárselo hasta hacerle confesar todo comprendió que sólo cumplía al pie de la letra la poderosa ley del puerto. Además pensó que aún tenía que fabricarle las armas que le había pedido, así que salió de la tienda dando un portazo y dejando al escocés con su palabrería hueca en la boca.

Se alejó unos pasos de la tienda y ya en el puerto, protegido por unas redes de miradas indiscretas, se decidió a abrir el misterioso paquete. Lo que vio le hizo dar un respingo de aprensión, allí estaba la mano derecha del pobre Mano de Sable a la que le faltaba el dedo anular. La carne verdosa por la putrefacción resaltaba sobre el blanco de un pergamino que estaba en el fondo invitándole a leerlo. Apartó con aprensión el miembro descompuesto y sacó con cuidado la carta. Con la misma letra que el billete encontrado en la taberna del Buey Dorado pudo leer:

EL TIEMPO SE ACABA. SI QUIERES TU TESORO Y EL RESTO DE TU AMIGO NO TARDES EN ACUDIR A LA CITA.

Aquel juego del gato y el ratón ya empezaba a cansarle. Estaba claro que sus poderosos adversarios lo querían en bandeja, sin testigos incómodos, allá donde se juntan los dos mundos. Sabían que el cebo que empleaban sería suficiente para que acudiera como un pececillo a sus garras. Pero él no estaba dispuesto a dejarse pescar con tanta facilidad. Sumido en estas cavilaciones se palpó distraídamente una cicatriz antigua que tenía en la mejilla y su tacto rugoso le transportó otra vez a la bodega del Virgen del Socorro...

La dama española estaba donde la habían dejado, tirada sobre un rimero de cuerdas y atalajes. Ahora que la podía observar bien le pareció aún más hermosa que antes. A través del vestido desgarrado y sucio se adivinaban unas carnes blancas como la espuma y duras como el coral. Pero Floyd sólo pensaba en el aspecto desvalido y frágil de su trofeo. Un sentimiento de compasión nuevo en él le sorprendió y alarmó al mismo tiempo. En otras circunstancias la habría derribado sobre el camastro y la habría poseído con furia pero ahora se encontraba allí delante sin saber muy bien qué hacer, sólo contemplándola. Al inclinarse sobre ella para levantarla vio como el rayo un destello metálico y sintió en la mejilla el fuego del acero que abría sus carnes. Instintivamente sujetó con un brazo la mano que lo hería y con el otro asestó un golpe seco en el bello rostro de la dama. Esta, sin dejar de forcejear, empezó a gritar insultándole, mientras un hilo de sangre manaba por la comisura de sus labios. Una vez desarmada, Floyd la sujetó con fuerza. La respiración entrecortada y jadeante la hacía parecer un animal acosado y furioso dispuesto a volver a la lucha en cualquier momento. Pero, tras unos instantes, en lugar de eso pareció remansarse e incluso abandonarse en los fuertes brazos del Negro. O al menos eso le pareció a él que, sin bajar del todo la guardia, se limpió como pudo la abundante sangre que corría por su cara, mientras aflojaba poco a poco la presión de sus brazos. La dama miraba espantada la herida de Floyd y apenas pudo soltarse cogió un pañuelo de su enagua y la taponó con fuerza. Parecía ya sosegada y continuó curando la herida con pericia. El roce de sus dedos en la cara de Floyd le hizo a este confiarse ya del todo y, a pesar del dolor, transportarse a un mundo de ensueño a mil millas de aquel viejo barco en mitad del océano. Por fin podía disfrutar de su trofeo pero sus sentimientos eran tan nuevos para él que no sabía como hacerlo, sólo la contemplaba embobado, como fuera de sí...

18 de septiembre de 2007

DALE AL COCO POCO A POCO


En vista de la escasa habilidad que demostráis ante el reto de los lapiceros paso a informaros de la solución. Los lapiceros se deben poner como formando una pirámide de base triangular con lo que quedan formados cuatro triángulos idénticos con seis lapiceros. Como en la figura.
¡Ánimo!

14 de septiembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS II

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOYD, EL NEGRO


Unos golpecitos en la espalda lo sacaron bruscamente de sus recuerdos. Al volverse vio ante sí, risueños como siempre, a los hermanos Pete y Garfield Cara de Plata.

- ¡Ah, bribones!- exclamó- ¿De dónde salís vosotros? Hace años que no os veía. Os hacía ya colgando de alguna cuerda del virrey.

- No tiene cuerda el virrey para atarnos y menos para echárnosla al cuello- dijo entre risas Pete.

- Hemos estado en las Indias, con Silver el Cojo. Allí el agua huele a mandarina y las mujeres a lavanda. Pero el ron sabe a rayos y hemos decidido volver. ¿Y tú? No te veíamos desde la chapuza aquella de Lisboa, ¿recuerdas? con los hombres del rey corriendo como perros de presa detrás de nosotros por una bella damita que tú habías enamorado.

El que hablaba era Garfield el hermano gemelo de Pete. Los llamaban Cara de Plata porque tenían los dos el lado derecho de la cara de un color plateado por las quemaduras que les había causado un arcabuzazo a quemarropa en un asalto a un buque inglés. Siempre iban juntos a todas partes, eran inseparables. Los dos, altos y fornidos como castillos, eran el terror de las mujeres de mala vida de los puertos, a las que, cómo no, se llevaban siempre a pares, dos, cuatro, seis... Tenían sembrada de Caritas de Plata toda la costa caribeña y seguramente las Indias Orientales, por lo que acaba de oír el Negro. Este continuó:

- Sí, y también recuerdo los toneles de buen vino de Porto que hicisteis rodar para quitarnos aquella chusma de los talones. No nos echaron mano pero se debieron coger una buena cogorza a nuestra costa.

- Como la que vamos a coger nosotros ahora mismo para celebrar este encuentro, ¿verdad?- exclamó Pete.
El Negro sabía bien que aquella noche acabarían los tres en alguna taberna del puerto trasegando pintas de ron entre risas y bravatas. Si el final era entre los brazos de alguna exuberante caribeña o tirados en el puerto tras una pelea de burdel dependería del humor de los hermanos Cara de Plata. De todas formas aquel encuentro casual le había dado a Floyd una idea que no dejaría de rondarle en toda la noche.

A la mañana siguiente ninguno de los tres recordaba apenas nada de lo sucedido. Se despertaron en un maloliente callejón rodeados de la basura de una cantina cercana. Tenían todas sus armas y los calzones puestos por lo que supusieron que nada malo les había ocurrido. Pete y Garfield dijeron que iban a desayunar, lo que en ellos significaba que iban a acabar con el ron que aún quedara en la bodega. El Negro se despidió de ellos hasta la noche y se lanzó en busca del mejor armero del puerto. Quería estar preparado para su cita en donde se juntan los dos mundos. Conocía bien aquel lugar y sabía que allí era fácil tenderle una emboscada y que sus “amigos” no le dejarían su tesoro en un paquete con cintas y flores. De camino a la armería retomó el hilo de sus recuerdos...

- Esa mujer es mía- había tronado cuando vio al viejo Smity arrastrar a la doncella española al camarote del capitán.
Un silencio expectante se adueñó de la escena porque todos sabían lo que significaban aquellas palabras. En el código de honor pirata la disputa por una mujer en alta mar sólo se podía resolver en una lucha a muerte y el viejo Smity no parecía dispuesto a renunciar a la dama sin pelear. No era nada personal entre ellos pero se matarían por una mujer a la que apenas conocían.

Subieron a cubierta y rodeados por el hampa pirata que les jaleaba iniciaron la reyerta a machete. El viejo Smity utilizaba su garfio de plata para parar los golpes de Floyd y este se arrolló una gruesa maroma al brazo izquierdo para protegerse. Los dos eran bravos y expertos en la lucha cuerpo a cuerpo por lo que esta se alargaba entre el griterío de la chusma. Smity, en un finta perfecta, había hecho un ojal en el pecho desnudo de Floyd por el que le manaba la sangre hasta la cintura. Este supo que no podría aguantar mucho más con aquella herida y se lanzó en un desesperado ataque de frente pero tropezó en el último instante y gracias a eso el machete del viejo Smity sólo pasó rozándole el cuello. Desde el suelo Floyd no tuvo más que hundir la hoja de acero en el pecho de Smity cuando este caía sobre él. El aullido de la canalla pirata acompañó el desenlace jaleando al Negro. Pero este sabía que el bramido habría sido el mismo de haber sido Smity el vencedor.

Ahora recordaba sus ojos en blanco y el sabor acre de la sangre que le escupió en su último estertor. No era mal tipo el viejo Smity, con el que había compartido tantas peripecias. Su único error fue haber encontrado a la “zorrita española” antes que él. Mientras sus antiguos camaradas se repartían sus pertenencias, se peleaban por el garfio de plata y se pagaban las apuestas que habían cruzado Floyd bajaba cabizbajo y dolorido a la sentina para recoger su trofeo...

10 de septiembre de 2007

¿TODO VALE EN PERIODISMO?

La terrible noticia de la inmolación de un padre de familia rumano en Castellón me ha recordado una viñeta del maestro Quino que parece hecha a posteriori del suceso aunque lleva publicada muchos años.
Me hace reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación en nuestra sociedad y su responsabilidad en estos hechos (¿se habría consumado el acto de no haber cámaras delante?), sobre el todo vale con tal de tener una exclusiva y sobre otras cuestiones que dejo a vuestra sabia consideración. Ahí va la viñeta.




8 de septiembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS I


AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOYD, EL NEGRO


La tenue luz del atardecer se colaba en haces como cuchillos por las rendijas de aquel sótano destartalado cuando Floyd el Negro bajó para recoger lo que era suyo. Estaba en la bodega de la taberna del Buey Dorado y había llegado allí tras varios años de búsqueda incesante en pos de su tesoro. Bajó con cuidado unas empinadas escaleras que crujían a cada paso y levantaban pequeñas nubes de polvo antiguo que revoloteaba en los cuchillos de luz dándoles un cuerpo amenazador. El farol que llevaba en la mano apenas le alumbraba sus propios pies y daba a toda la escena una luz mortecina, como de mal augurio. Se diría que estaba en la sentina del más cochambroso barco de los muchos en que había navegado. Al llegar abajo colgó el farol de una viga, subió la llama todo lo que pudo y se dispuso a inspeccionar el lugar. Por todas partes se amontonaban cachivaches inútiles sin orden ni concierto, antiguos garfios de abordaje, toneles de vino agriado, cuerdas y maromas, fanales de estaño, botes de brea maloliente... Parecía que allí no había bajado nadie en mucho tiempo y sin embargo Floyd el Negro notaba en el ambiente una presencia vaga y amenazadora. Se puso en alerta y empuñó, sin desenvainarlo, el machete que llevaba a la cintura y que le había librado de tantos peligros en su azarosa vida. Súbitamente oyó tras de sí un estridente chillido seguido de otros mientras veía correr entre sus piernas un tropel de ratas de tamaño descomunal que salían de una especie de trampilla que daba paso a otra estancia. Cogió el farol y se acercó lentamente pero un hedor insoportable lo hizo recular asqueado. Se embozó su pañuelo pirata sobre la boca y empujó con precaución el postigo. Allí estaba, socarrón como siempre y más bien desmejorado, su compinche Mano de Sable. Sentado en un diván con la cabeza echada hacia atrás se diría que estaba durmiendo la borrachera de no ser porque unos juguetones gusanos verdes y amarillos le asomaban por la nariz y las orejas. Estas estaban reducidas a dos colgajos de carne putrefacta que se mezclaban con unos mechones de pelo blancuzco y raído de lo que fue su hermosa cabellera. La nariz, comida por las ratas, se precipitaba en cascada sanguinolenta sobre lo que fue su boca que ahora no era sino un agujero negro del que asomaban varios dientes amarillentos semejando las teclas de un desvencijado piano. Los ojos colgaban de sus órbitas pendiendo de finos nervios entrelazados. La piel, allí donde le quedaba, era una estopa amojamada y negruzca que colgaba de los huesos o se retorcía en un último intento de aferrarse a ellos. En conjunto no presentaba un aspecto muy lozano Mano de Sable. Ante tan espantosa visión Floyd el Negro retrocedió despavorido y tropezó con un viejo armario que al caer provocó un gran estruendo. Por el estrépito producido un ojo de Mano de Sable se desprendió del fino hilo del que pendía, cayó al suelo y fue rondando mansamente hasta topar con el pie de Jhon Chapeta que se hubiera asustado mucho si no llevara varias semanas descomponiéndose lánguidamente en compañía de su compinche.

A pesar de todo lo que había vivido, el Negro nunca había visto un espectáculo semejante. El tétrico juego de sombras que provocaba la débil llama del farol producía en los rostros de aquellos dos desdichados unas pavorosas muecas que parecían conferir vida a sus despojos haciéndolos reír o llorar alternativamente. Una vez repuesto de la primera impresión observó más atentamente los cuerpos de sus dos antiguos camaradas de armas y correrías. Estaban atados a sus asientos y por las manchas de sangre seca de sus ropas y las manos derechas que les faltaban a los dos no debían haber tenido una muerte muy apacible. Sus ojos, incluso el que reposaba a los pies de Jhon Chapeta, parecían mirar a un mismo punto como si hubieran querido señalar algo al Negro en su último suspiro. Este siguió la dirección que marcaban y vio reposando en un estante algo que por el momento sólo era una sombra. Se acercó y comprobó horrorizado que era una de las manos. Supo que era la de Jhon Chapeta porque le faltaba el dedo meñique que él mismo le había arrancado de un bocado en una riña tabernaria hacía años. El pobre Chapeta nunca le había perdonado del todo porque decía que ese era su dedo preferido para limpiarse los dientes. Así de aseado era él. De todas formas ahora ya no le hacía falta porque sus dientes estaban esparcidos por la sucia madera del suelo. Floyd el Negro observó con aprensión la mano y vio que el dedo índice, o mejor sus huesos, parecían señalar en otra dirección como continuando el macabro juego que alguien le había preparado. Dirigió su mirada hacia allí esperando encontrar la otra mano pero sólo vio un pergamino mugriento clavado en una pared. Lo descolgó y leyó con atención.

LA MANO QUE BUSCAS, CON TU TESORO, ESTA ESPERÁNDOTE EN EL LUGAR EN QUE SE JUNTAN LOS DOS MUNDOS. TUS AMIGOS NOS LO DIERON Y NOSOTROS TE LO GUARDAMOS. NO FALTES.

El Negro tiró el papel con furia y se sentó a pensar. Tras dos largos años de búsqueda había sabido de su tesoro, pero él no podía ir personalmente a recogerlo. Encargó a Mano de Sable y al Chapeta la misión de robarlo y traérselo a cambio de cien doblones de oro. Había recibido de ellos el mensaje de que se lo entregarían en la taberna del Buey Dorado y ahora se encontraba con esto. Caro les había salido el negocio a sus antiguos camaradas, gente dura, viejos lobos de mar fajados en cien combates, habituados a la lucha tanto en el mar como en el puerto. Así que supuso que debían haber sido muchos y bravos los que los entramparon y les hicieron confesar donde estaba su tesoro para arrebatárselo. Y si habían podido con ellos ¿por qué no lo habían esperado a él y en cambio le habían dado esa extraña cita? La gente que estaba en el negocio era poderosa y sabía que él iría no sólo allí donde se juntan los dos mundos sino al fin de ellos si fuera preciso para recobrar lo que era suyo. Después de tanto tiempo de búsqueda sentía que tenía que acabar con aquello como fuera, se lo debía a ella, a su memoria. No preguntó a nadie de la taberna por lo sucedido porque sabía bien la respuesta. La ley del puerto impone el silencio y la delación es el peor de los pecados que se paga con el peor de los castigos. Ente la gente del mar cada uno arregla sus asuntos y este también debía afrontarlo él solo.

Salió a la calle y aspiró una profunda bocanada del aire salitroso del mar como queriendo liberarse de la viciada atmósfera del sótano. Floyd era alto y enjuto. Su tez cetrina y sus ojos claros denotaban su oscuro origen, producto de un largo historial de mestizajes, como el de un perro callejero. Su rostro afilado, partido por una intensa nariz aguileña, mostraba las huellas de una azarosa vida de peligros en forma de profundas arrugas y alguna cicatriz de hondo recuerdo. La negra y descuidada cabellera hasta los hombros y los miembros sarmentosos y livianos completaban en aquel hombre que frisaba los cincuenta la estampa de un genuino bucanero.

Aún había mucha luz y decidió darse un paseo para despejar sus ideas y pensar lo que debía hacer. A los pocos pasos otra vez aquellas palabras con las que empezó todo resonaron en su cabeza...

- ¡Eh, muchachos, venid! que aquí aún queda una zorrita española.

El que hablaba era el viejo Smity, el del garfio de plata, que se encontraba junto con el resto de la tripulación del Sir Frances completando el saqueo del galeón español Virgen del Socorro. El abordaje había sido sencillo, sólo habían caído tres de los suyos y el joven Carlton que tenía una cuchillada en las tripas y moriría sin remedio. De los españoles, los que no habían muerto en el asalto, habían huido en una chalupa donde morirían de sed y serían pasto de los tiburones. A los prisioneros ya se les había pasado por la quilla, según la costumbre pirata, o se les había degollado en cubierta y arrojado al mar. Fue en el registro de las bodegas en busca del oro cuando sonó el grito del viejo Smity. Todos se abalanzaron al estrecho cuchitril del que provenía la llamada. Floyd el Negro llegó cuando Smity sacaba de los pelos a la infeliz doncella y la exhibía como un trofeo más de la rapiña. Ella se mantenía firme y orgullosa, sin llantos ni súplicas, a pesar de lo dramático de su situación. El Negro creyó ver en sus hermosos ojos un destello de fiereza que le atrajo desde el principio. A partir de ese momento supo que sería suya.

7 de septiembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS

Hace un tiempo me dio por juntar una serie de palabras (básicamente sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios) utilizando para ello otras palabras (básicamente preposiciones, conjunciones y determinantes) procurando además que el conjunto tuviera cierto sentido. Para conseguir esto debí aplicar de forma más o menos acertada una severa normativa de ámbito internacional llamada morfosintaxis y pulir el resultado final con el barniz del estilo y el acabado de la ortografía. Esto que algunos llaman pomposamente escribir un relato a mí me tuvo entretenido, preocupado y casi desasosegado varias semanas. El resultado son estas 11.004 palabras que os ofreceré en pequeñas dosis (entregas semanales) para que, si es posible, disfrutéis con su lectura tanto como yo lo hice con su escritura. Espero como siempre, ansioso y esperanzado, vuestros comentarios preferiblemente entusiastas (no importa que sean fingidos) ya que sabéis que el ego del artista es una bestia voraz que deber ser alimentada permanentemente con las viandas de la lisonja y la adulación más rastreras. Las críticas también serán bien recibidas, soportadas y contestadas como se merezcan.

31 de agosto de 2007

DALE AL COCO POCO A POCO

Retomamos esta sección para intelectuales avispados que tanto éxito tiene entre los tres amigos blogueros que la leen.
Va una prueba muy sencilla de exponer pero no tanto de resolver.

LAPICEROS
Forma cuatro triángulos equiláteros idénticos con sólo seis lapiceros iguales.


Las respuestas como siempre en el correo del blog. También podéis enviar un SMS con la palabra lapiceros seguida de la respuesta al 619123148. Entre los 100 primeros recibidos se sorteará un bonito estuche de 6 lapiceros Alpino para practicar con la prueba o pintar la Rendición de Breda.

Como ya visteis por la respuesta de nuestra aguda bloguera Maleni la solución al último enigma era tres cortes. Para ello se parte en cruz el queso con dos cortes (cuatro trozos iguales ) y se hace otro transversal de estos últimos (ocho trozos iguales)


En la foto uno de nuestros blogueros haciendo pruebas para hallar la solución.