28 de octubre de 2007

MANIFIESTO SOBRE EL JUEZ CALATAYUD


Aún a riesgo de incurrir en desacato a su Señoría y de discrepar radicalmente de la mayoría de mis colegas (al menos de los que opinan sobre el video y el personaje en otros foros), no puedo dejar de manifestar mi opinión sobre el Juez Calatayud y sus planteamientos. Escuché en Córdoba hace dos años la misma conferencia y ya en directo me pareció impresentable.
Vaya por delante mi respeto hacia su trabajo como juez de Menores, en el que ha destacado por sus sentencias reeducadoras más que meramente punitivas con las que yo, como educador, no puedo sino estar en total acuerdo. Pero otra cosa es cuando aborda el discurso educativo, como en el video de muestra y del que me gustaría hacer un somero análisis.
En la forma la supuesta campechanía se adentra en ocasiones en la chabacanería. Los chistes rebuscados y efectistas para ganarse al público (los mismos que en Córdoba), el tono de charleta de taberna y la simpleza del argumentario acercan más el discurso a un monólogo del Club de la comedia que a una charla para orientadores (que es lo que tuvo lugar en Córdoba).
En cuanto al contenido la opinión no es mejor. El juez muestra unas clamorosas carencias (o peor aún, mal disimuladas tendencias) cuando se adentra en el terreno educativo. Con un análisis de la realidad basado en el tópico (entre tantos otros que maneja) del carácter pendular de la historia, se permite utilizar en tono despectivo y para ridiculizarlas teorías psicológicas que claramente desconoce o de las que ha hecho una mala digestión. Aderezadas con los chistes y alusiones personales (excesivas y rayanas en la megalomanía) y recocidas en el caldo rancio del discurso político-educativo más conservador consigue el aplauso fácil de ciertos auditorios. Algunas referencias al periodo preconstitucional con un cierto tufillo nostálgico en contraposición al actual estado de caos y descomposición social (¿os suena el discurso?) están basadas en experiencias científicas tan consistentes como la hora de la sopa en un hogar español. Incurre además en evidentes contradicciones como denostar las teorías psicoeducativas actuales y demandar al tiempo que se dote a los centros de servicios psicológicos y sociales que solucionen los problemas o la de apuntar que se debe enseñar sólo al que quiere aprender para luego señalar la importancia de la educación comprensiva y de la asistencia obligatoria a clase. Invade con escaso rigor y ánimo descalificador ámbitos como el ya citado de las fuentes psicológicas del currículum, el legislativo con sus referencias a la protección del medio ambiente o el de la educación psicosexual.

Todo ello compone un discurso demagógico, garbancero y simple (que no sencillo) en el que junto a verdades de Perogrullo de raíz populista se utilizan la generalización, la tergiversación y las verdades a medias como recursos dialécticos. Y ello parece impropio de un Sr. Juez de Menores que tal vez debería dejar de mirarse el ombligo y tratar de aprender humildemente de disciplinas científicas que ahora menosprecia y que hace bueno a Machado cuando dice que el español desprecia lo que no entiende. Y ojo que, como me dijo un compañero en la charla de Córdoba, a pesar de todo, si un hijo mío cometiera un delito, me gustaría que fuera D. Emilio el que lo juzgara. Lo que confirma también el viejo dicho de zapatero a tus zapatos (no se vea publicidad subliminal) o Sr. Juez a sus sentencias. Y si en este caso el ansia de notoriedad lanza al Juez al estrellato hágalo, como se ha dicho, en el Club de la Comedia y no dando lecciones magistrales de psicología educativa al resto de la sociedad. Tanto el mundo de la farándula como la comunidad científica se lo agradecerán.

EL JUNTAPALABRAS VIII

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO

La noche anterior al día señalado Floyd no pudo dormir. El canto de las sirenas y una voz en su interior le decían que esa podía ser la última de su vida. La apuró poniendo a punto una vez más sus armas. Más que miedo a lo que podía sucederle sentía el temor al fracaso en una empresa de la que dependía su vida. Ahora estaba convencido de que el fin de ella era recuperar el anillo que lo habría de unir a lo único puro y hermoso que había conocido, al único acto de amor que le había dado la fuerza para seguir vivo y llegar hasta allí.

Partió aún con noche cerrada deslizándose por el incierto camino bajo un manto de estrellas. Cuando llegó a los aledaños del lugar donde se juntan los dos mundos apenas una luz sonrosada despuntaba en el horizonte. El día sería claro aunque el pertinaz vendaval no dejaba de abatir con furia la amplia explanada del torreón. A la entrada de esta se encontraba el mástil que antaño mantenía una bandera de señales. Agazapado y ocultándose en los escasos matorrales se acercó a él en busca del billete que Mackenzie le había dejado. Bajo una piedra, al pie del madero, lo encontró. Le sorprendió la concisión del mensaje conociendo la verborrea de su autor: “Id directamente a la casa del farero sin pasar por el torreón. Allí os daré noticias precisas de vuestros enemigos”.

La posada estaba ubicada en un amplio edificio en la base del faro y detrás de ella una pequeña barraca servía de vivienda al farero. Amparado aún por las sombras Floyd decidió tomar precauciones e inspeccionar el contorno de la posada antes de ir a la cita. Al pasar por una ventana oyó en el interior una voz que le resultó familiar. Se dirigía a otros en tono nervioso y el Negro alcanzó a escuchar: “...le hayáis muerto, serviros hacer de él lo que queráis y tened a bien recompensar con lo estipulado el servicio que os hago bien a costa de mi inclinación. Puesto a buen recaudo el cebo que habéis traído, sólo queda pescar el ingenuo pez que viene en su busca. Apostaos presto en la casa del farero que allí ha de ir el imprudente a su cita con la muerte”. El lenguaje utilizado ya no dejaba lugar a dudas. Mackenzie, el viejo armero, era el que hablaba a dos bigardos de ceño torvo y peor aspecto. Una oleada de furia incontenible recorrió las venas de Floyd cuando se percató de la traición del escocés. Las tripas y el corazón le pedían a gritos saltar la ventana y atravesar con su espada a aquella rata barbuda que así quería venderlo. Pero un resto de lucidez que siempre le acompañaba en los momentos de tensión le hizo ver que tiempo habría de tomarse cumplida venganza del felón y que ahora debía aprovechar la ventaja que le suponía conocer los planes del enemigo.

Se deslizó hasta la casa del farero y se emboscó en la entrada dispuesto a esperar a sus verdugos. Llegaron al momento, armados a conciencia, y mientras uno se disponía a entrar el otro se dirigió a la parte trasera de la casa. Cuando el primero abrió la puerta dispuesto a esperar a Floyd se encontró con la punta de su espada que le atravesó limpiamente el pecho a la altura del corazón. El Negro sabía que esta estocada fulminaba al enemigo sin darle tiempo siquiera a gritar. Floyd fue al encuentro del otro matarife, que debía estar en la parte posterior. Cuando llegó a la estancia de atrás el sicario acababa de entrar y al verlo tuvo un momento de duda. Floyd se abalanzó sobre él pero el matón, repuesto de la sorpresa inicial, esquivó la primera embestida y echó mano de su espadín. La lucha fue breve. El Negro, más experto en el cuerpo a cuerpo y espoleado por la rabia, acabó con el rufián de un tajo en la cabeza que lo hizo tambalearse entre agónicas contracciones y lo derribó, muerto, con los sesos desparramados por el suelo.
Mientras comprobaba que el cadáver no se movía, se paró un instante a meditar su siguiente movimiento. En esos momentos Mackenzie pensaría que estaba muerto y estaría esperando que le llevaran su cabeza para cobrar las treinta monedas de la traición. Pero se iba a encontrar con algo más que su cabeza. Además, el cebo del que habló en la posada no podía ser otra cosa que su anillo y él debía tenerlo o saber dónde estaba. Esperó aún un momento para hacer más creíble la situación y se dirigió con paso decidido hacia la posada. Al entrar vio al farero tras la barra, cuatro hombres sentados en una mesa y otros dos más acodados en el alféizar de una ventana alta. El escocés estaba al lado del posadero con un vaso en la mano. Al ver entrar al Negro quedó lívido como quien ve un fantasma. Mientras Floyd avanzaba hacia él con aire amenazador Mackenzie recompuso el poco ánimo que le quedaba y le salió al paso diciendo:

- ¿No habéis visto mi recado? Aquí corréis serio peligro. Permitid que os dé noticia de la situación.

Una vez más la sangre fría de Floyd le ayudó a no destripar sin más a aquella babosa repugnante. Si el escocés le quería seguir engañando él quería saber la verdad, pero no se la sacaría allí delante de tanta gente. Así que con toda la calma de que pudo hacer acopio le dijo:

- Nada he visto bajo el mástil y ya recelaba que os hubiese pasado una desgracia. Pero vayamos fuera donde me podáis informar con mayor discreción- y sujetando firmemente al escocés del cuello le obligó a acompañarlo al exterior de la posada. Mackenzie, cuando sintió los rudos modales del Negro y sobre todo su fuerte garra sobre la nuca, empezó a balbucear medrosamente:

- No será menester salir de aquí... que gente amiga es la que nos acompaña...

Pero Floyd ya lo había arrastrado hasta unos soportales en la explanada, lo había arrinconado en una esquina y echándole el aliento le dijo muy lentamente:

- Y ahora, maese armero, ¿queréis decirme cuál es la situación según vos?

- Gente armada y de mala calaña os espera en las cámaras de la posada dispuesta a daros muerte artera. Refugiaos presto en la casa del farero y esperad allí mi señal para saltar sobre ellos o para huir según vuestro ánimo pues aún tenéis oportunidad de ambas opciones- respondió con increíble desfachatez el escocés.

A Floyd ya le hervía la sangre al ver cómo el armero intentaba embaucarlo de nuevo pero se contuvo y para deleitarse más a fondo en su venganza le susurró:

- Pues ved que acabo de dejar aquella estancia y en ella a dos rufianes destripados que querían pescarme como a pez ingenuo.

Al oír estas palabras, el escocés comprendió que lo sabía todo y se removió inquieto pero Floyd lo sujetaba con zarpa de hierro y continuó:

- ¿No sabréis vos dónde está el cebo que han utilizado para atraer a tan cándido pececillo?

Mackenzie hizo un último y desesperado esfuerzo por salir del atolladero y gimoteó:

- Por Dios os juro caro amigo que no he querido buscaros ningún mal. Ellos me forzaron a delataros con fuerza y amenazas. No pude resistir a sus torturas y obligado me vi a darles vuestras señas pero nada sé de peces ni de cebos.

El Negro, sujetándolo del cuello ya sin ambages, por fin le escupió:

- A fe que me habéis burlado, maese armero. Pero ya la argucia descubierta habréis de pagar cara vuestra traición. Que las ratas como vos sólo merecen probar la punta de la espada que con tanto oficio me habéis obrado. Pero antes decid al punto dónde está el cebo que hasta aquí me ha traído.

El escocés sudaba copiosamente y ya se había mojado con largueza los calzones pero aún acertó a balbucir:

- Que muera ahora mismo entre estertores... si algo sé de vuestro cebo... a la fuerza me hicieron cambiar... no tenía otro recurso... nuestra amistad pongo por testigo...

Floyd, asqueado ya de tanto fingimiento, asió una mano del armero y le dobló un dedo hasta hacerlo quebrarse como una rama seca. Mackenzie dio un alarido que se confundió con el clamor del vendaval y dijo entre sollozos:

- Tened piedad de mí... nada sé de lo demandado... soy un pobre viejo loco...

Mackenzie le quebró otro dedo y exclamó:

- Aún os quedan ocho y no seréis tan loco de dejároslos romper por este negocio.

El escocés, con la respiración entrecortada por el dolor, por fin susurró:

- El más alto de los que están en la posada lleva un bolsín al cuello donde debe estar vuestro tesoro. Dejadme vivir, os lo suplico, que soy un pobre viejo loco...

- Vos mismo habéis dicho hace un instante de morir entre estertores si algo sabíais de este entuerto. Yo no haré sino cumplir vuestra demanda.

Floyd retrocedió un paso y de un limpio tajo rebanó el cuello del escocés hasta casi separarle la cabeza de los hombros. Ya no saldrían más palabras engañosas de aquella garganta que ahora sólo escupía sangre a borbotones.

El Negro quedó sosegado después de ver cumplida su venganza. Pero al punto le inundó de nuevo el frenesí de la orgía de muerte en que estaba sumido. Limpió la espada en las ropas del escocés y se dispuso a afrontar el que debía ser ya el último episodio de esta larga historia.

21 de octubre de 2007

Emilio Calatayud Pérez - Lección Magistral (1)

Emilio Calatayud Pérez - Lección Magistral (2)

Emilio Calatayud Pérez - Lección Magistral (1)

Os envío esta charla del Juez Calatayud en dos entregas (por problemas de espacio). Aunque es un poco larga, me gustaría que la vierais y que expresarais en el Comentario lo que os parece. La semana próxima publicaré mi opinión al respecto y habrá ocasión de debate. Besos.

19 de octubre de 2007

EL JUNTAPALABRAS VII

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO

Y ahora estaba allí, solo entre los riscos, en un lugar en medio de ninguna parte, esperando el que suponía último episodio de esta historia que le atormentaba desde hacía años. Las provisiones se le habían acabado y se alimentaba de las escasas hierbas y raíces que crecían en aquel inhóspito paraje. Ante el temor de hacer fuego para no delatar su presencia tuvo que comerse crudos dos lagartos que cazó y pasar las noches arrebujado en una zanja que hizo en el cobertizo para protegerse del frío intenso. El fuerte vendaval que azotaba constantemente aquel otero ululaba en sus oídos como agoreros cantos de sirena que le advertían del peligro inminente que iba a afrontar. Estaba a punto de enloquecer y sólo el recuerdo de los hechos que le habían llevado hasta allí le mantenía cuerdo y alerta...

A su vuelta de Sevilla habían pasado largos meses sin noticias de su amada. Sospechaba que Don Lope había sabido de su presencia en la ciudad y había mandado a sus lacayos para que le vigilaran. Estos, al ver que Doña Teresita le había entregado el anillo, se lo habían arrebatado. Pero ¿por qué lo habían dejado con vida? Tal vez no se atrevieron a matarlo a la espera de órdenes de su amo. Tras la detención por los soldados también creyó ver la alargada mano de Don Lope que así, cobardemente, podría hacer que fuera la ley la que lo castigara sin mancharse las manos. Muchas preguntas sin respuesta que lo tenían en un sin vivir continuo.

A través de sus antiguos compañeros del Juan de Garay, que seguían haciendo la ruta de Sevilla, supo que Don Lope había jurado ante el Jesús del Gran Poder que lo había de matar, tras su evasión de la Torre del Oro. Había ofrecido una cuantiosa recompensa a quien le llevara su cabeza. Pero también andaba detrás de un anillo que, según él, Floyd le había robado a su hermana durante su estancia en Sevilla y eso quería decir que no lo tenía y que los rufianes que se lo robaron estarían deseando deshacerse de él. Una luz de esperanza iluminó al Negro que a estas alturas sólo quería recuperar el anillo que con tanto amor le había entregado Doña Teresita. Ir a Sevilla personalmente a por él sería como meterse en las fauces del lobo porque en su terreno no tenía ninguna posibilidad de desafiar el poder de Don Lope. Así que acordó con Mano de Sable y Jhon Chapeta, dos de sus más fieles y aguerridos camaradas del Juan de Garay, que le conseguirían el anillo a cambio de cien doblones de oro. Dos meses más tarde le hicieron saber que lo tenían y que se lo entregarían en la bodega del Buey Dorado. De lo que pasó en esa cita y a partir de ella ya se tienen noticias en esta historia.

Floyd sabía ya que ni un océano de por medio iba a impedir a Don Lope intentar tomarse la venganza que le había juramentado. Mano de Sable y el Chapeta podrían atestiguarlo si no estuvieran descomponiéndose lánguidamente en aquel sótano...

12 de octubre de 2007

EL JUNTAPALABRAS VI

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID ELNEGRO

Se despertó con la amanecida sobresaltado por el ruido de los cascos de un caballo sobre el camino pedregoso. El cobertizo estaba algo retirado de la vía por lo que pudo asomarse sin ser visto para descubrir quien pasaba por lugar tan inhóspito a horas tan inusuales. El canturreo de una vieja canción gaélica y el contorno achaparrado del jinete, que se recortaba sobre las primeras luces del día, le hicieron sospechar de quién se trataba. Dejó pasar caballo y caballero y saltó al camino para gritar muy fuerte:

- ¡Mckenzie, viejo loco! ¿Qué os trae por aquí?

El escocés dio un respingo en su silla y se volvió con tanto ímpetu sobre ella que dio con sus huesos en el suelo tras caer por la grupa del caballo. Floyd rió de buena gana ante la torpeza del escocés y le tendió la mano para levantarlo. El armero estaba lívido y como aturdido pero al momento pareció componerse y empezó a decir entre balbuceos:

- La dicha que sienten mis ojos al veros... tengo que decir.... que en los recodos de nuestro devenir... gran felonía y traición os busca el que viene de lejos... y por nuestra vieja amistad que calienta mi corazón...

- Parad al punto y sosegaos que con esta letanía a fe que no se entiende nada de lo que decís- le interrumpió Floyd- Sentaos aquí y explicad calmadamente vuestras razones que yo las he de escuchar con la atención que sin duda merecen.

La escena de la caída del escocés había puesto de buen humor al Negro. Además, se dio cuenta divertido, de que cuando lo veía, sin proponérselo, adoptaba el lenguaje pomposo y afectado del viejo armero. Este, ya totalmente en sus cabales, recompuso su maltrecho discurso:

- Los hados del destino perecen guiar mis pasos pues, aún a costa de este batacazo, mis ojos encuentran lo que ansiaban. Una gaviota me enteró en mi humilde factoría de negros presagios que amenazan vuestra hacienda y vuestra vida y en aras de la amistad que une nuestros corazones no he podido menos que seguiros para advertiros del peligro que acecha inopinado tras...

- Id al grano viejo loro y cesad ya de palabrería, pues con vuestras propias artes he de cortar vuestra lengua incontenible si no decís presto lo que aquí os ha traído- cortó ya no de tan buen humor Floyd.

- Bien comprendo vuestra impaciencia pues graves son mis noticias. Gente aviesa que ha venido de lejos os espera donde se juntan los dos mundos para entramparos y poner fin a vuestra existencia. Traen encargo cierto de llevar con ellos vuestra cabeza para cobrar el estipendio de su horrendo trabajo.

- Decid, maese armero- inquirió Floyd- ¿Quién os dio tal reseña, cuántos serán y cómo los conoceré?

- Bien quisiera complaceros pero nada sé de lo que demandáis. Un pliego a la puerta de mi casa, sin firma, me enteró de lo que os he expuesto. Más allá sólo me trajo aquí mi ferviente deseo de serviros a estorbar tan infames intenciones. Y para mostraros con certeza este deseo os propongo adelantarme a vos en el camino y ya allí donde se juntan los dos mundos indagar con discreción los perversos planes, desvelar a los traidores y daros noticias de todo ello para que estéis avisado y previsto. Dad dos días de prudente margen a la pesquisa y os dejaré un billete con reseñas cabales camuflado en el mástil de la entrada del torreón.

- Sea como decís. Y pues veo en vos tan buena disposición hacia mi persona tened por cierto que mi corazón sabrá recompensaros con su eterna gratitud y mi bolsillo con un generoso óbolo si salgo con bien de esta empresa.

Dicho esto el escocés montó de nuevo su caballo y partió tras una larga y espesa perorata sobre la amistad, el deber y la traición.

Floyd quedó pensativo tras el inesperado encuentro. Conocía al escocés desde hacía muchos años y, aunque eran amigos, nunca había supuesto que su devoción por él le pusiera en el brete de arriesgar así su vida. A pesar de que las noticias que le había dado ya se las maliciaba, Floyd sintió afecto sincero por aquel viejo escocés parlanchín que además de excelente armero se mostraba como leal amigo.

Volvió a su chamizo y se dispuso a esperar, recluido, como en la buhardilla de Masteroy, los dos días de plazo que Mackenzie le había pedido. Compartiría estos días de soledad forzosa con el vivo olor a mar, con los lagartos que se asoleaban entre las piedras y con sus recuerdos...

Una vez repuesto de sus heridas del cuerpo y del alma Floyd movilizó a sus contactos entre el hampa del puerto para saber quién había secuestrado a Doña Teresita y por qué. Por ellos supo que cuatro marineros españoles habían arribado al puerto unos días antes de la llegada del Sir Frances. Eran gente torva y huidiza que apenas hablaron con nadie. Se alojaron en una fonda a las afueras de la ciudad y tan sólo se interesaban por el trasiego de barcos que entraban y salían del puerto. Después del episodio de la posada habían desaparecido como por ensalmo, se diría que se los había tragado la tierra... o el mar. Había quien aseguraba que los había visto huir esa misma noche a uña de caballo en dirección al puerto de Flockard y que eran cinco los bultos que se perdieron en la oscuridad.

Floyd se dirigió hacia allí para continuar sus pesquisas. Supo por sus antiguos camaradas de la posta de recaudaciones que un pequeño galeón español acababa de zarpar tras haber estado fondeado varios días en el muelle. Sus tripulantes, más locuaces que sus compinches secuestradores, habían dicho en las tabernas portuarias de las que eran asiduos, que venían de Sevilla a recoger una preciosa mercancía por la que cobrarían un buen dinero a la entrega. Floyd visitó los antros más infectos de Flockard hasta dar con una barragana que había compartido cama y mantel con uno de los marineros españoles. Según ella, este le contó que habían sido contratados por un noble sevillano de nombre Don Lope Tejada para rescatar a su hermana que estaba cautiva de un corsario del lugar. Al oír esto Floyd recordó las palabras de su amada. Sin duda debía ser familia poderosa si mandaba al otro lado del océano una misión para rescatar a Doña Teresita y lavar el honor ultrajado. Porque, conociendo a los españoles como los conocía, ese y no otro debía ser el motivo de tal dispendio. El caso es que no tenía ni dinero ni fuerzas para perseguir al galeón en busca de su dama. Estaba solo, quebrantado en el cuerpo y humillado en su orgullo por habérsela dejado arrebatar de esa manera. Y no le quedaba más remedio que esperar una mejor oportunidad para intentar recuperarla.

Esta se le presentó meses más tarde cuando se enroló en el Juan de Garay, un buque del Virrey que reclutaba marinería experimentada para viajar a Sevilla llevando las riquezas expoliadas por la Corona. Tras una travesía apacible y sin sobresaltos llegaron a puerto un claro día de abril. La ciudad se mostraba espléndida de luz y generosa de olor a azahar, pero la gestión que allí le llevaba le iba a impedir disfrutarla como hubiera gustado. En seguida hizo discretas averiguaciones ente las gentes del lugar. Por ellas supo que la familia Tejada era una de las más influyentes de la ciudad, católicos rancios de limpio linaje y misa diaria. Habitaban un hermoso palacete del barrio de Triana, junto al puerto. También supo que una gran desventura había acaecido a la hija menor de los Tejada meses atrás. De la historia, que tan bien conocía, sólo le interesó el final: Doña Teresita había sido recluida de por vida en un convento siguiendo los usos de la época en lo tocante a cuestiones de honra y dignidad mancilladas. Ante castigo tan cruel e inmerecido Floyd se rebeló y se juró que rescataría a su dama aunque tuviera que derruir los muros de todos los conventos de Sevilla. Pronto conoció que Doña Teresita estaba encerrada en las Beatillas, a las afueras de la ciudad. Tras rondar varios días por el lugar trabó amistad con una de las muchas trotaconventos que pululaban alrededor de los cenobios. A través de ella concertó un encuentro con su amada en una de las celosías que daban al huerto. La noche cálida de luna llena y preñada de fragancias vegetales invitaba al requiebro y la pasión pero Floyd sólo sintió cólera y rencor cuando vio a Doña Teresita. El año de reclusión la había marchitado como si fueran diez. Los ojos antes altivos y orgullosos eran ahora fríos y apagados. Su rostro parecía velado por una sombra de amargura y sus palabras surgían de un tenue hilo de voz casi imperceptible. Abatido ante esta impresión Floyd susurró a su amada:

- Mil veces muerto e insepulto debía estar el que ha osado enterraros así en vida, cegar la luz de vuestros ojos y velar la voz que me enamora. Aunque corra por sus venas vuestra sangre no ha de tener perdón ni en los infiernos. No soporto veros presa entre estos muros. He venido a por vos, señora, y juntos partiremos a otras tierras llenas de luz y regocijo. Sitios habrá donde podamos vivir nuestro amor lejos de estas sombras y rencores. Salid presto de este encierro y abandonad a la familia que tanto dolor os procura, que no se lava la honra enterrando la flor hasta que muera.
Doña Teresita, vestida con el grueso hábito de estameña propio de las novicias, había escuchado las palabras de Floyd con la mirada perdida. Cuando este hubo acabado fijó sus ojos en él y dijo:

- Bien sabéis que no puedo complaceros ni complacerme en esta empresa. Desde que nos arrancaron al uno del otro en aquella posada he rezado para que volvierais a la vida que me dijeron que os habían quitado. Veros hoy ha sido mi única alegría en este tiempo de angustia y soledad. He matado a mi buen padre que murió de dolor al poco de recobrarme. Debo expiar mis culpas por este horrible pecado y esta será mi morada hasta que el Señor me lleve ante su juicio.

- Es vuestro hermano y no el Señor quien os juzga y condena sin piedad haciendo caer sobre vos la venganza que a mí me tiene prometida. Venid conmigo y desdeñad este mundo de oscuridad y superchería. Si vuestro padre murió por vos no querrá ver apagarse desde el cielo la luz que tanto amaba.

- No porfiéis en vuestro empeño que no han de ver mis ojos otros árboles que estos limoneros ni otras piedras que estas que me encierran. Cuando entré aquí abandoné todo lazo con mi mundo anterior. Sólo conservé este anillo que me daba fortaleza para pedir por vos. Ahora que os he visto creo en él más que en mi pobre vida ya apagada y quiero que lo llevéis para que os dé la fuerza que a mí ya no me hace falta. Guardadlo con afán pues mientras esté con vos su poder nos mantendrá unidos aún en la distancia- y entregó a Floyd un delicado anillo de oro sin adornos.

Hecho esto, Doña Teresita se apartó de la reja y se perdió entre los frutales del huerto camino de su celda. Floyd quedó suspenso y abatido con el anillo entre sus dedos. Había visto tal determinación en las palabras de su amada que abandonó toda intención de llevarla por la fuerza. Tras unos momentos de cavilación se sumió en las angostas callejas de la ciudad.

Del resto de su estancia en Sevilla sólo conservaba retazos que estallaban en su atormentada memoria como fogonazos de pólvora... los tres rufianes que le robaron y apalizaron en su regreso al barco aquella noche... su desesperación al ver que había perdido el anillo... su detención por los corchetes del rey acusado del robo en un convento... las patadas y bastonazos de los carceleros en aquella inmunda mazmorra de la Torre del Oro... el potro de tortura esperándolo al día siguiente... la huida por una cloaca hasta las cálidas aguas del Guadalquivir... y la reclusión en la bodega del Juan de Garay hasta su retorno al Caribe.

6 de octubre de 2007

EL JUNTAPALABRAS V

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO

Al cumplirse el plazo dado por Mckenzie Floyd envió a su amigo a recoger las armas encargadas al escocés. De vuelta, Masteroy le informó de que los ánimos estaban aún muy calientes por el asunto del Ciempiés y que no convenía dejarse ver por el momento. Las armas eran de una calidad excelente aunque Floyd no pudo probar el pistolete como habría querido para no llamar la atención. Tras dos días más de impaciente espera Floyd tenía ya los nervios a punto de estallar. El encierro forzoso lo crispaba porque no estaba acostumbrado a tanta inactividad. Ya había bruñido y afilado las armas blancas cien veces y había montado y desmontado el pistolete otras tantas. Al tercer día, cuando ya llevaba casi una semana de reclusión decidió afrontar los riesgos y salir de allí como fuera aprovechando la luna nueva. Con unos harapos y una capa raída que le proporcionó su amigo Masteroy se compuso un disfraz de mendigo que quedaba bastante aparente. El aspecto sucio, la barba de varios días y un hatillo con sus ropas y armas completaron perfectamente el tipo.

- ¡Gracias por todo, amigo! Lástima que no puedas acompañarme en esta partida. Por Dios que me vendría bien un acero como el tuyo a mi lado- dijo Floyd a su camarada en la despedida.

- Bien sabes que estaría gustoso de ayudarte en esta empresa pero una barca sin un remo sólo estorba a quien tiene que tirar de ella- respondió Masteroy- Sólo te puedo ayudar con este estilete de mis tiempos de acción que tiene ya algunos gaznates rebanados- y entregó al Negro un precioso y fino puñal corto que añadir a su abundante guarnición.

Se despidieron con un fuerte abrazo y Floyd salió a la noche cerrada y sin luna del puerto. Lo atravesó sin ningún mal encuentro y con las del alba ya estaba fuera de la ciudad. Cuando lo creyó prudente se cambió la ropa, se calzó sus armas y se encaminó con paso firme en busca de su destino.

El lugar en que se juntan los dos mundos era un acantilado perdido en mitad de la costa, agreste y desolado, en el que sólo había un viejo faro en desuso al cuidado de un farero más en desuso aún. Nadie sabía porqué se le llamaba así a aquel lugar aunque desde siempre ese había sido su nombre. El farero, un viejo descarnado y huraño, mantenía en el antiguo torreón una venta destartalada que servía de refugio a fugitivos y gente de mal vivir. Floyd había parado en ella algunas noches de nefasto recuerdo. El lugar estaba a unas cinco leguas del puerto y sólo se podía acceder a él bordeando el litoral. Apenas se llegaba allí por un sendero abandonado que culebreaba los escarpados farallones de aquella parte de la costa. Floyd calculó que tardaría dos días en llegar. Llevaba comida suficiente pero debía evitar dos postas de vigilancia aduanera que había en el camino porque no quería sorpresas desagradables. La primera noche la pasó en un chamizo abandonado. Tras limpiar y afilar por enésima vez sus armas se dispuso a dormir. Las estrellas que veía a través de los boquetes del techo le transportaron a aquella otra noche en la posada de Kingston...

Nada más desembarcar, ya de madrugada, Floyd llevó a Doña Teresita a una posada del puerto para alejarla de las miradas lascivas de la canalla pirata. Allí quería pensar tranquilamente en lo que iba a hacer y averiguar también lo que ella quería. La dama, como ajena a todo lo que pasaba a su alrededor, había caído los últimos días en un mutismo absoluto. Sólo cuando Floyd cogió sus manos entre las suyas en un gesto acostumbrado y le preguntó qué iban a hacer, Doña Teresita, entre sollozos, le dijo:

- No soy digna de que sigáis arriesgando vuestra vida por mí. Mi viaje en el Virgen del Socorro era para reunirme en Sevilla con mi prometido don Félix, al que amaba profundamente hasta conoceros a vos. Ahora mi corazón está confundido y si al principio me refugié en vuestros brazos para estar a salvo de esos garañones después he sentido por vos algo que ni don Félix ni ningún otro me había hecho sentir. Querría más que nada estar a vuestro lado pero recelo que a estas horas ya estará buscándome mi familia y que no creerán que me habéis respetado y defendido poniendo vuestra vida en peligro. Sé muy bien el destino que me espera si vuelvo con ellos pero más temo que sufráis su venganza si porfiamos en nuestro amor- y quedó muda con sus hermosos ojos inundados en lágrimas.

Cuando Floyd iba a responder un violento envite tiró abajo la ventana de la estancia y por ella entraron cuatro embozados que comenzaron a golpearlo con saña. Cogido por sorpresa, el Negro no pudo sino defenderse del aluvión de golpes y porrazos que le venía encima mientras veía como dos de ellos echaban una capa sobre Doña Teresita y la sacaban de la habitación a empellones. Todo ocurrió en apenas unos segundos y sólo la llegada del posadero y unos clientes, alarmados por los ruidos, hizo que los encapuchados huyeran dejando a Floyd malherido sobre el camastro. Mientras curaban sus magulladuras y enderezaban su brazo quebrado, por encima de sus alaridos de dolor resonaban en su cabeza como un bálsamo las últimas palabras de doña Teresita. Su corazón, humillado por la derrota pero exultante por la revelación, le gritaba que debía recuperarla como fuera.

1 de octubre de 2007

LOS ENIGMAS DEL ASOBINAO


En mi sana intención de remover vuestra neuronas aquí va otro intento que espero que tenga más éxito que los anteriores.

Los ENIGMAS son propuestas de situaciones que resultan sorprendentes y lanzan un reto a la lógica detectivesca del que los recibe. En su versión coloquial el sujeto realiza un proceso de inducción- deducción a base de preguntas a las que sólo cabe responder sí o no. En esta modalidad escrita también podéis preguntar en los comentarios (teniendo en cuenta la restricción citada) y yo os contestaré. Si no, podéis lanzar directamente hipótesis sobre la solución que sean divertidas y originales, además de verosímiles. Pasado un tiempo prudencial daré la solución a los enigmas.

Para entrenar podéis buscar cuántas caras aparecen en este dibujo.

Ahí va el primero:

UN DORMITORIO SORPRENDENTE

Adalberto se ha levantado de la cama, y todavía algo somnoliento se lava, se viste y desayuna copiosamente, pues le espera un día ajetreado.

Luego sale a la calle, va hasta su coche y conduce quinientos kilómetros por carreteras muy concurridas. Terminado el viaje, que no ha sido de ida y vuelta, y tampoco en recorrido circular, Adalberto baja de su coche, del que no se ha movido en todo el viaje, y entra en su casa. Cena, y se acuesta en el mismo dormitorio en el que se despertó por la mañana.

¿Cómo es posible si se encuentra a quinientos kilómetros de distancia?

¿Cuál es tu versión de los hechos relatados en este enigma?