Aún a riesgo de incurrir en desacato a su Señoría y de discrepar radicalmente de la mayoría de mis colegas (al menos de los que opinan sobre el video y el personaje en otros foros), no puedo dejar de manifestar mi opinión sobre el Juez Calatayud y sus planteamientos. Escuché en Córdoba hace dos años la misma conferencia y ya en directo me pareció impresentable.
Vaya por delante mi respeto hacia su trabajo como juez de Menores, en el que ha destacado por sus sentencias reeducadoras más que meramente punitivas con las que yo, como educador, no puedo sino estar en total acuerdo. Pero otra cosa es cuando aborda el discurso educativo, como en el video de muestra y del que me gustaría hacer un somero análisis.
En la forma la supuesta campechanía se adentra en ocasiones en la chabacanería. Los chistes rebuscados y efectistas para ganarse al público (los mismos que en Córdoba), el tono de charleta de taberna y la simpleza del argumentario acercan más el discurso a un monólogo del Club de la comedia que a una charla para orientadores (que es lo que tuvo lugar en Córdoba).
En cuanto al contenido la opinión no es mejor. El juez muestra unas clamorosas carencias (o peor aún, mal disimuladas tendencias) cuando se adentra en el terreno educativo. Con un análisis de la realidad basado en el tópico (entre tantos otros que maneja) del carácter pendular de la historia, se permite utilizar en tono despectivo y para ridiculizarlas teorías psicológicas que claramente desconoce o de las que ha hecho una mala digestión. Aderezadas con los chistes y alusiones personales (excesivas y rayanas en la megalomanía) y recocidas en el caldo rancio del discurso político-educativo más conservador consigue el aplauso fácil de ciertos auditorios. Algunas referencias al periodo preconstitucional con un cierto tufillo nostálgico en contraposición al actual estado de caos y descomposición social (¿os suena el discurso?) están basadas en experiencias científicas tan consistentes como la hora de la sopa en un hogar español. Incurre además en evidentes contradicciones como denostar las teorías psicoeducativas actuales y demandar al tiempo que se dote a los centros de servicios psicológicos y sociales que solucionen los problemas o la de apuntar que se debe enseñar sólo al que quiere aprender para luego señalar la importancia de la educación comprensiva y de la asistencia obligatoria a clase. Invade con escaso rigor y ánimo descalificador ámbitos como el ya citado de las fuentes psicológicas del currículum, el legislativo con sus referencias a la protección del medio ambiente o el de la educación psicosexual.
Vaya por delante mi respeto hacia su trabajo como juez de Menores, en el que ha destacado por sus sentencias reeducadoras más que meramente punitivas con las que yo, como educador, no puedo sino estar en total acuerdo. Pero otra cosa es cuando aborda el discurso educativo, como en el video de muestra y del que me gustaría hacer un somero análisis.
En la forma la supuesta campechanía se adentra en ocasiones en la chabacanería. Los chistes rebuscados y efectistas para ganarse al público (los mismos que en Córdoba), el tono de charleta de taberna y la simpleza del argumentario acercan más el discurso a un monólogo del Club de la comedia que a una charla para orientadores (que es lo que tuvo lugar en Córdoba).
En cuanto al contenido la opinión no es mejor. El juez muestra unas clamorosas carencias (o peor aún, mal disimuladas tendencias) cuando se adentra en el terreno educativo. Con un análisis de la realidad basado en el tópico (entre tantos otros que maneja) del carácter pendular de la historia, se permite utilizar en tono despectivo y para ridiculizarlas teorías psicológicas que claramente desconoce o de las que ha hecho una mala digestión. Aderezadas con los chistes y alusiones personales (excesivas y rayanas en la megalomanía) y recocidas en el caldo rancio del discurso político-educativo más conservador consigue el aplauso fácil de ciertos auditorios. Algunas referencias al periodo preconstitucional con un cierto tufillo nostálgico en contraposición al actual estado de caos y descomposición social (¿os suena el discurso?) están basadas en experiencias científicas tan consistentes como la hora de la sopa en un hogar español. Incurre además en evidentes contradicciones como denostar las teorías psicoeducativas actuales y demandar al tiempo que se dote a los centros de servicios psicológicos y sociales que solucionen los problemas o la de apuntar que se debe enseñar sólo al que quiere aprender para luego señalar la importancia de la educación comprensiva y de la asistencia obligatoria a clase. Invade con escaso rigor y ánimo descalificador ámbitos como el ya citado de las fuentes psicológicas del currículum, el legislativo con sus referencias a la protección del medio ambiente o el de la educación psicosexual.
Todo ello compone un discurso demagógico, garbancero y simple (que no sencillo) en el que junto a verdades de Perogrullo de raíz populista se utilizan la generalización, la tergiversación y las verdades a medias como recursos dialécticos. Y ello parece impropio de un Sr. Juez de Menores que tal vez debería dejar de mirarse el ombligo y tratar de aprender humildemente de disciplinas científicas que ahora menosprecia y que hace bueno a Machado cuando dice que el español desprecia lo que no entiende. Y ojo que, como me dijo un compañero en la charla de Córdoba, a pesar de todo, si un hijo mío cometiera un delito, me gustaría que fuera D. Emilio el que lo juzgara. Lo que confirma también el viejo dicho de zapatero a tus zapatos (no se vea publicidad subliminal) o Sr. Juez a sus sentencias. Y si en este caso el ansia de notoriedad lanza al Juez al estrellato hágalo, como se ha dicho, en el Club de la Comedia y no dando lecciones magistrales de psicología educativa al resto de la sociedad. Tanto el mundo de la farándula como la comunidad científica se lo agradecerán.