Gila, ese genial “perdedor”, como gustaba de definirse a sí mismo, contaba el siguiente chiste. En una reunión uno de los contertulios llama la atención de otro diciendo “¡eh, tú!” a lo que el aludido responde con cajas destempladas “¡pues anda que tú!”. Difícil encontrar una mejor síntesis de la forma actual de plantear la confrontación en el plano político.
Si en el chiste es evidente la intención de atacar al otro aún antes de conocer los argumentos que va a esgrimir, así ocurre con harta frecuencia entre nuestros políticos. Tanto en el debate vivo del Parlamento como en el debate diferido, aunque no menos agresivo, a través de los medios se impone una suerte de autismo argumental por el que no se escuchan y menos se ponderan las ideas del otro. Este pasa de ser adversario a convencer a convertirse en enemigo a destruir (en el plano dialéctico e ideológico se entiende).
Da igual que se cuestione al político de turno sobre los impuestos, la inmigración, el terrorismo, la vivienda o las fiestas populares que el inicio de la respuesta diferirá poco de alguno de estos: Dada la nefasta herencia recibida…, se ha dilapidado todo lo que se había hecho bien…, aunque algunos pretendan…, tendrían que mirar bien en su propio partido…, los nervios de esta gente les hace… u otra del mismo jaez. Tras una violenta diatriba contra el partido contrario la respuesta a la cuestión (si uno se acuerda de ella) suele ser una sarta de tópicos y lugares comunes que no diferirá mucho de la que daría el político del partido vituperado.
Y esto ocurre en parte porque el margen de maniobra de las instituciones nacionales en favor de las supranacionales es cada vez más estrecho. Un alto porcentaje de las políticas económicas, sociales y judiciales se deciden en Bruselas o Estrasburgo. El resto pasa por la ONU, el FMI y el Banco Mundial. Así pues la diferencia entre un partido y otro la marca la explotación de los errores del oponente a base del ataque personal y la puñalada trapera si es preciso. No es tanto convencer al electorado de lo que yo hago o haré bien (que no se diferencia mucho de lo que hace o haría el contrario) sino de lo malo que es este. Y ello provoca que los políticos dimitan (al menos en esto sí) de su necesario liderazgo ético a favor de un encanallamiento generalizado que provoca hastío, repulsa y en última instancia indiferencia, sobre todo de las nuevas generaciones.
Puestos a encontrar una denominación de esta tan nueva como preocupante tendencia yo propongo el Ytumasismo (aunque el tito Windows me lo subraye con el rojo acusador como acaba de hacer).
Este credo no sería exclusivo de los políticos aunque ellos lo practiquen con particular entusiasmo. La psicología infantil está imbuida de él. Véase si no la típica discusión entre niños: y tú más; pues no, tú mucho más; pues tú mil millones de veces más; pues tú aún más y tu padre más…
También existe la doctrina contraria o sea, el Yyomasismo como tendencia a jactarse de que lo propio es siempre más y mejor que lo ajeno. Termino con una anécdota que puede ilustrarlo. Mi hija vino a nacer por las mismas fechas en que una amiga farmacéutica se convirtió en abuela. Gracias al celo propio de las abuelas primerizas su nieta superaba siempre a mi hija en cualquier avance propio de la edad infantil fuera este la emisión de gases, las horas de sueño o los cm3 de biberón de cada toma. Un día acudí a la botica buscando remedio para unos granitos que le habían salido a mi hija en la barriga y la abuelísima me respondió con expresión triunfante: ¡Pues la mía tiene todo el cuerpo comidito de habones! Yyomasismo en estado puro.
Si en el chiste es evidente la intención de atacar al otro aún antes de conocer los argumentos que va a esgrimir, así ocurre con harta frecuencia entre nuestros políticos. Tanto en el debate vivo del Parlamento como en el debate diferido, aunque no menos agresivo, a través de los medios se impone una suerte de autismo argumental por el que no se escuchan y menos se ponderan las ideas del otro. Este pasa de ser adversario a convencer a convertirse en enemigo a destruir (en el plano dialéctico e ideológico se entiende).
Da igual que se cuestione al político de turno sobre los impuestos, la inmigración, el terrorismo, la vivienda o las fiestas populares que el inicio de la respuesta diferirá poco de alguno de estos: Dada la nefasta herencia recibida…, se ha dilapidado todo lo que se había hecho bien…, aunque algunos pretendan…, tendrían que mirar bien en su propio partido…, los nervios de esta gente les hace… u otra del mismo jaez. Tras una violenta diatriba contra el partido contrario la respuesta a la cuestión (si uno se acuerda de ella) suele ser una sarta de tópicos y lugares comunes que no diferirá mucho de la que daría el político del partido vituperado.
Y esto ocurre en parte porque el margen de maniobra de las instituciones nacionales en favor de las supranacionales es cada vez más estrecho. Un alto porcentaje de las políticas económicas, sociales y judiciales se deciden en Bruselas o Estrasburgo. El resto pasa por la ONU, el FMI y el Banco Mundial. Así pues la diferencia entre un partido y otro la marca la explotación de los errores del oponente a base del ataque personal y la puñalada trapera si es preciso. No es tanto convencer al electorado de lo que yo hago o haré bien (que no se diferencia mucho de lo que hace o haría el contrario) sino de lo malo que es este. Y ello provoca que los políticos dimitan (al menos en esto sí) de su necesario liderazgo ético a favor de un encanallamiento generalizado que provoca hastío, repulsa y en última instancia indiferencia, sobre todo de las nuevas generaciones.
Puestos a encontrar una denominación de esta tan nueva como preocupante tendencia yo propongo el Ytumasismo (aunque el tito Windows me lo subraye con el rojo acusador como acaba de hacer).
Este credo no sería exclusivo de los políticos aunque ellos lo practiquen con particular entusiasmo. La psicología infantil está imbuida de él. Véase si no la típica discusión entre niños: y tú más; pues no, tú mucho más; pues tú mil millones de veces más; pues tú aún más y tu padre más…
También existe la doctrina contraria o sea, el Yyomasismo como tendencia a jactarse de que lo propio es siempre más y mejor que lo ajeno. Termino con una anécdota que puede ilustrarlo. Mi hija vino a nacer por las mismas fechas en que una amiga farmacéutica se convirtió en abuela. Gracias al celo propio de las abuelas primerizas su nieta superaba siempre a mi hija en cualquier avance propio de la edad infantil fuera este la emisión de gases, las horas de sueño o los cm3 de biberón de cada toma. Un día acudí a la botica buscando remedio para unos granitos que le habían salido a mi hija en la barriga y la abuelísima me respondió con expresión triunfante: ¡Pues la mía tiene todo el cuerpo comidito de habones! Yyomasismo en estado puro.
Vuelta a Babia
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