13 de mayo de 2007

PAN Y CIRCO

Acebes y Pepiño en pleno debate electoral en el Congreso. El de rayas y cuatro patas es uno de los leones de la entrada en plan drag queen.

Juan es un adolescente de 14 años que por fin puede elegir ante el juez si quiere vivir con papá o con mamá. La noche de antes de la vista la madre, con la que ha convivido los últimos años, le plantea el siguiente dilema. Te voy a comprar la moto que tanto deseas, este verano te pagaré una estancia de un mes en Londres para mejorar el inglés y reformaremos tu cuarto, pero para eso mañana tienes que elegirme a mí.
Este es un caso ficticio pero veamos ahora este otro real que nos muestra como la realidad puede superar a la ficción.
La víspera del comienzo de la campaña electoral para las municipales y autonómicas del 27 de mayo el Presidente de la Generalitat valenciana y la alcaldesa de su capital, ambos candidatos a repetir cargo, se presentan a bombo y platillo con el patrón de la Fórmula Uno para anunciar la llegada de esta competición a la ciudad de Valencia. Está todo pactado para siete años. Sólo falta la firma, que casualmente será después de las elecciones y que además está condicionada a que las gane el PP.
Es difícil encontrar ejemplo más clamoroso de desvergüenza política. Si por un lado se encuentra en el límite de la legalidad, por otro rebasa ampliamente el de la ética más elemental. Por no hablar ya de los ribetes estéticos que emborrona por completo.
Porque es cierto que en periodo electoral se desbordan las buenas intenciones y promesas y que el cumplimiento de cualquiera de ellas está implícitamente ligado a la victoria del que la realiza. Pero existen unos mínimos de pudicia formal que el PP es especialista en sobrepasar. Sólo recordar la foto de las Azores o la del soldadito español, soldadito valiente en la gloriosa reconquista de un absurdo peñasco mediterráneo.
En esta ocasión la elección de la fecha del anuncio, la de la firma definitiva y sobre todo la condición para que se realice obligan a tipificar el asunto como un claro intento de soborno a la ciudadanía. Como segunda lectura cabe apuntar que el PP confía en que la vieja fórmula de los emperadores más corruptos del Imperio Romano sigue teniendo vigor. Basta un poco de pan y mucho circo, mucho espectáculo, cuanto más degradante mejor, para contentar a la plebe y que no se amotine. En esto las televisiones, tanto públicas como privadas, tienen mucho camino andado.
Pero el PP sólo es el más claro y obsceno exponente de una tendencia generalizada de los partidos políticos a realizar promesas en periodo electoral sobre los temas más extravagantes y muchas veces alejados de los intereses reales de la ciudadanía. Termino citando dos casos en que esta propensión adquiere tintes de esperpento nacional.
En un pueblo cercano a Córdoba el alcalde basó una de las campañas para su reelección en la dudosa promesa de facilitar Viagra gratis a todo paisano que lo solicitara. El tradicional secretismo del voto impidió verificar si la amplia mayoría obtenida se debía más a los hombres o a sus esperanzadas esposas.
Y aquí va el otro caso, que está más cercano al chascarrillo popular que a la noticia de hemeroteca, lo que no le resta credibilidad. Un candidato a la alcaldía de un pueblo extremeño de orografía particularmente abrupta prometió a sus votantes que caso de salir elegido haría que todas las calles estuvieran cuesta abajo.
Aunque en un caso se trataba de poner las cosas hacia arriba y en el otro hacia abajo el fondo es el mismo y se resume en el viejo aforismo: es más fácil predicar que dar trigo.

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