Sr. Pérez Reverte:
En respuesta a sus escritos acerca de la educación en nuestro país querría, a título individual como psicopedagogo, hacerle algunas consideraciones.
A pesar de que mi admiración por Ud. como novelista no ha decrecido un ápice a raíz de sus manifestaciones sí es cierto que con ellas me ha decepcionado profundamente como analista de la realidad educativa y como persona. También me han llevado a intentar entenderlas a la luz de la psicopedagogía que Ud. tanto desprecia
Y he encontrado que una conducta infantil muy habitual es la de utilizar gritos, varraqueos, improperios o insultos como forma de conseguir lo que se busca que normalmente es el refuerzo de la atención de la madre, la maestra o el grupo. Ello es debido a que a esa edad algunos niños carecen de otras formas más “civilizadas” de conseguir esa atención, básicamente a una falta de educación. No sé si a Ud. le suena de algo esta cuestión pero a mí me ha recordado mucho a su artículo. Normalmente se recomienda el ignorar estas conductas ya que reprimirlas no hace sino reforzar lo que busca el niño. En su caso creo que procede una respuesta, sin que sirva de precedente.
Desconozco si el refuerzo que Ud. pretende es conseguir notoriedad emulando a ilustres predecesores en esta función de azote de la sociedad como Valle- Inclán o Cela o si quiere organizar su particular 2 de mayo ya que el próximo centenario del evento y con él la posibilidad de seguir chupando del bote le queda algo lejana. En cualquier caso el improperio y la descalificación gratuita no pueden ocultar su absoluta ignorancia sobre el tema aunque su mayor necedad es creer que gritando más se carga de razón. Es muy difícil responder con argumentos siquiera racionales (ya que no admite los científicos) a quien sólo utiliza exabruptos viscerales, datos gratuitos y la autoridad académica de un ”compadre” de barra de taberna de profesión catedrático, eso sí, que recuerda al primo de Rajoy. Sería como intentar explicar a un bulldog que te está ladrando furibundo a la puerta de una casa que tienes cita con el dueño y te deje llamar a la puerta.
El llamar delincuente, tonto, capullo y gilipollas a un colectivo califica más a quien lo dice que a quien va dirigido. Ni siquiera su loable intento de despertar a “los ciudadanos aborregados, acríticos, ejemplarmente receptivos a la demagogia barata” (sólo a la barata, claro, no a la suya que es de pedigrí) usando un lenguaje llano y del pueblo justifica esas injurias. La añoranza de “cuando, en el cole, nos disponían alrededor del aula para leer en voz alta el Quijote y otros textos, pasando a los primeros puestos quienes mejor leían” resulta enternecedora y muestra hasta qué punto Ud. se ha quedado anclado en el siglo de Oro de tanto escribir sobre él. Y hasta qué punto la “sana” competitividad que despertaron en Ud. esas prácticas ha degenerado en actitudes chulescas, prepotentes y ofensivas.
Desengáñese, maese Pérez/ Alatriste, que nadie le ha pedido que ponga su pluma/espada al servicio del Imperio, que ya no hay patrias que salvar ni molinos a quien vencer. Sólo quedamos gente normal (eso sí, de este siglo) que procura respetarse y mejorar cada día, sin creer en las verdades absolutas y que intenta hablar sólo de aquello que entiende porque se ha dedicado a ello muchos años con esfuerzo y dedicación. Si todos hiciéramos lo mismo Ud. llamaría nuestra atención con su florida prosa de ficción novelesca y no necesitaría hacerlo con libelos vociferantes sobre temas que le sobrepasan. No sé qué datos ha manejado cuando habla de los que defienden “que leer en clase no es pedagógico” (serán de su compadre el catedrático), pero le puedo asegurar que nadie de mi oficio defiende eso. Y la mejor prueba es que, yo al menos, seguiré recomendando a padres, profes y alumnos que lean libros, no por pasar a los mejores puestos, sino por disfrutar de la buena literatura, incluida la suya.
En respuesta a sus escritos acerca de la educación en nuestro país querría, a título individual como psicopedagogo, hacerle algunas consideraciones.
A pesar de que mi admiración por Ud. como novelista no ha decrecido un ápice a raíz de sus manifestaciones sí es cierto que con ellas me ha decepcionado profundamente como analista de la realidad educativa y como persona. También me han llevado a intentar entenderlas a la luz de la psicopedagogía que Ud. tanto desprecia
Y he encontrado que una conducta infantil muy habitual es la de utilizar gritos, varraqueos, improperios o insultos como forma de conseguir lo que se busca que normalmente es el refuerzo de la atención de la madre, la maestra o el grupo. Ello es debido a que a esa edad algunos niños carecen de otras formas más “civilizadas” de conseguir esa atención, básicamente a una falta de educación. No sé si a Ud. le suena de algo esta cuestión pero a mí me ha recordado mucho a su artículo. Normalmente se recomienda el ignorar estas conductas ya que reprimirlas no hace sino reforzar lo que busca el niño. En su caso creo que procede una respuesta, sin que sirva de precedente.
Desconozco si el refuerzo que Ud. pretende es conseguir notoriedad emulando a ilustres predecesores en esta función de azote de la sociedad como Valle- Inclán o Cela o si quiere organizar su particular 2 de mayo ya que el próximo centenario del evento y con él la posibilidad de seguir chupando del bote le queda algo lejana. En cualquier caso el improperio y la descalificación gratuita no pueden ocultar su absoluta ignorancia sobre el tema aunque su mayor necedad es creer que gritando más se carga de razón. Es muy difícil responder con argumentos siquiera racionales (ya que no admite los científicos) a quien sólo utiliza exabruptos viscerales, datos gratuitos y la autoridad académica de un ”compadre” de barra de taberna de profesión catedrático, eso sí, que recuerda al primo de Rajoy. Sería como intentar explicar a un bulldog que te está ladrando furibundo a la puerta de una casa que tienes cita con el dueño y te deje llamar a la puerta.
El llamar delincuente, tonto, capullo y gilipollas a un colectivo califica más a quien lo dice que a quien va dirigido. Ni siquiera su loable intento de despertar a “los ciudadanos aborregados, acríticos, ejemplarmente receptivos a la demagogia barata” (sólo a la barata, claro, no a la suya que es de pedigrí) usando un lenguaje llano y del pueblo justifica esas injurias. La añoranza de “cuando, en el cole, nos disponían alrededor del aula para leer en voz alta el Quijote y otros textos, pasando a los primeros puestos quienes mejor leían” resulta enternecedora y muestra hasta qué punto Ud. se ha quedado anclado en el siglo de Oro de tanto escribir sobre él. Y hasta qué punto la “sana” competitividad que despertaron en Ud. esas prácticas ha degenerado en actitudes chulescas, prepotentes y ofensivas.
Desengáñese, maese Pérez/ Alatriste, que nadie le ha pedido que ponga su pluma/espada al servicio del Imperio, que ya no hay patrias que salvar ni molinos a quien vencer. Sólo quedamos gente normal (eso sí, de este siglo) que procura respetarse y mejorar cada día, sin creer en las verdades absolutas y que intenta hablar sólo de aquello que entiende porque se ha dedicado a ello muchos años con esfuerzo y dedicación. Si todos hiciéramos lo mismo Ud. llamaría nuestra atención con su florida prosa de ficción novelesca y no necesitaría hacerlo con libelos vociferantes sobre temas que le sobrepasan. No sé qué datos ha manejado cuando habla de los que defienden “que leer en clase no es pedagógico” (serán de su compadre el catedrático), pero le puedo asegurar que nadie de mi oficio defiende eso. Y la mejor prueba es que, yo al menos, seguiré recomendando a padres, profes y alumnos que lean libros, no por pasar a los mejores puestos, sino por disfrutar de la buena literatura, incluida la suya.
Esta es una respuesta a un artículo de Pérez Reverte que podéis encontrar en este enlace
Se autoriza (y se ruega) a los lectores a dar toda la publicidad posible a esta carta.
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