El curioso anuncio que ilustra esta entrada lo he encontrado en una obra de la calle Antonio López de Madrid en mi último viaje a la capital. Ante el temor de no ser creído, por lo insólito del caso, he decidido dejar constancia gráfica del mismo aún a riesgo de parecer un paleto provinciano a ojos de los lugareños que me vieran tomando fotos de una vulgar obra. Porque además, hechas las oportunas averiguaciones, parece habitual que este cartel se vea en muchos tajos de la ciudad.
Y sí, habéis leído bien. El cartel, de confección rudimentaria y aspecto más que cutre, advierte al lector de que la obra está guardada por una persona de etnia gitana. O mejor, para apearnos desde ya de este lenguaje melindroso y políticamente correcto y emular la contundencia del mensaje encartelado, por un gitano. Es como si, salvando las distancias, se anunciara: Hay perro… Pitbull
Una vez repuestos de la primera impresión tratemos de racionalizar el asunto. Parece claro que la intención es la de calificar (y cualificar) al guarda con un plus de fiereza que disuada a los posibles asaltantes más de lo que lo haría la simple presencia de un guarda, sin más. La apelación a la raza es lo que hace chirriar nuestros esquemas de gente progresista, integradora y contraria a la segregación de grupos sociales por razón de su sexo, edad, raza o religión y bla, bla, bla… Pero si vamos un poco más allá en el análisis veremos que el cartel ha sido colocado en esos términos si no por iniciativa sí con la benevolencia del guarda gitano. Y de ello se deduce que lo que para nosotros es una intolerable muestra de discriminación por la raza para el afectado representa posiblemente una ventaja a la hora de ser contratado y lo que para nosotros perpetúa el estereotipo y la marginalidad a él le ayuda en su trabajo al servirle de arma preventiva ante posibles ataques. ¿No está utilizando acaso el mismo recurso que las grandes compañías de seguridad que anuncian con carácter disuasorio cámaras inteligentes, conexiones a la policía etc…? Sólo que ante la carencia de esta panoplia tecnológica nuestro segurata utiliza lo que tiene más a mano, o sea el tópico del gitano como tipo farruco y atrevido cuando no violento y sanguinario. Tópico que por cierto ha contribuido a establecer con sus Antoñitos Camborios y sus reyertas a la luz de la luna ese icono de la izquierda ética y estética que fue García Lorca.
Y este caso anecdótico, folclórico y propio de la España profunda me lleva a considerar con cuanta facilidad los miembros de la sociedad biempensante nos escandalizamos ante hechos que se quedan en la paja del problema y no ante el grano y meollo de la cuestión. Y cómo agitamos en ciertos colectivos agravios y fantasmas que sólo lo son desde nuestra óptica sin tener en cuenta la realidad más prosaica y acuciante en que se mueven en el día a día. Como aquella polémica de hace unos meses en que una persona de baja estatura (un enano, vamos) reprochaba amargamente a un biempensante (tertuliano para más INRI) que había perdido trabajos como actor desde que el citado adalid de la igualdad había iniciado una cruzada contra la utilización de enanos en ciertos programas que supuestamente explotaban su imagen de forma denigrante. Cuando según el actor lo verdaderamente denigrante es no poder ejercer tu profesión para ganarte la vida como cualquier persona. Como debe pensar nuestro aguerrido guarda gitano, al que poco importa nuestra verborrea de igualdad y fraternidad si consigue un trabajo digno con el que sostener a los suyos.
El rechazo social a los diferentes, en un caso por su imagen personal y en otro por su origen étnico, es lo que nos debería escandalizar y no que los afectados puedan aprovechar esta diferencia para sobrevivir en un mundo hipócrita, hostil y poco tolerante.